Editorial Alaire

En esos amaneceres que se diluyen con el día
aguanto las mañanas con la solemnidad que se merecen
e indulto a cualquier sensación disparatada que las esclavicen.
Disipo cualquier imagen que no llame antes de entrar,
que no sea capaz de mantener un punto de pulcritud,
y de entender, aunque sea tan solo un poco,
que la vergüenza y la educación deben ir de la mano.
Manuel no lo entiende, nunca lo ha entendido,
tal vez por ello esconda bajo la manga ese as tan traicionero,
con el que se siente seguro y se asegura la partida.
Más allá, perdido como un vagabundo en la nada,
Ismael invade el territorio que no le pertenece
tratando de destruir un pasado, sin apenas pasado,
alimentándose de las burdas conversaciones a pie de calle
que le den una vida extra.
María es otro caso.
Sus sueños de princesa siguen vigentes en el brillar de los ojos,
aún cree, que al despertar, la historia continuará y nada habrá sido un sueño,
los rayos de sol esbozarán la sombra de una flor en la mano de un príncipe
y el cuento de la infancia habrá llegado a su madurez.
¿Y qué decir de Alberto?
En su sed permanece, en una caminata eterna por los desiertos del hambre,
siempre pensando que hoy será por fin el día,
que el mundo girará a todos por igual
para dejar de diluir el amanecer en cada jornada,
y que esta jornada, terminará con la aridez de su aliento.

Y ahora me nacen las dudas,
¿son ellos los que están fuera o acaso soy yo?
Golpearé la puerta para no equivocarme.

Bello e interesante trabajo, amigo Alejandro.
Abrazos.

A mí me ha gustado este poema, sus personajes, el ojo que los mira no sabiendo si también es personaje de la historia o narrador, me gustó la estructura, la idea, la disposición y la imagineria del poema.

Abrazo.

Carmen