- El último hombre-
Publicado: Mar, 22 Dic 2020 14:05
Demuestra el elegido su dulzura,
y no es más que una reliquia de un tiempo olvidado,
se enfoca en lo racional,
salta y despega,
como un superhombre de cine fantástico,
y se gira en pleno vuelo,
para mirarnos,
para notar la imperceptible náusea que le recorre
el estómago.
Luego desaparece,
se esconde en la cara oculta de la luna,
en un pequeño cráter
formado
millones de años atrás,
su refugio,
su guarida,
donde guarda los recuerdos de civilizaciones fallidas,
extraños objetos metálicos,
retratos aéreos,
tecnología divergente
y una pequeña caja de susurros que encierra la voz
del auténtico Dios.
El elegido adivina formas en las columnas de humo,
es su juego favorito,
el humo denso es menos plástico,
son solo enormes cilindros
negros como el carbón.
Otras columnas,
de humo azulado,
serpentean entre las nubes,
se pliegan y se estiran,
se retuercen y quiebran,
el ángel llora emocionado,
y admira los bosques, los edificios,
los rostros alargados que se forman ante sus ojos.
Después recoge sus lágrimas congeladas,
gotas diamantinas que guarda en su caja de resonancia,
y se cubre con pieles ajadas,
mirando el amanecer lunar,
mientras la Tierra se esconde.
y no es más que una reliquia de un tiempo olvidado,
se enfoca en lo racional,
salta y despega,
como un superhombre de cine fantástico,
y se gira en pleno vuelo,
para mirarnos,
para notar la imperceptible náusea que le recorre
el estómago.
Luego desaparece,
se esconde en la cara oculta de la luna,
en un pequeño cráter
formado
millones de años atrás,
su refugio,
su guarida,
donde guarda los recuerdos de civilizaciones fallidas,
extraños objetos metálicos,
retratos aéreos,
tecnología divergente
y una pequeña caja de susurros que encierra la voz
del auténtico Dios.
El elegido adivina formas en las columnas de humo,
es su juego favorito,
el humo denso es menos plástico,
son solo enormes cilindros
negros como el carbón.
Otras columnas,
de humo azulado,
serpentean entre las nubes,
se pliegan y se estiran,
se retuercen y quiebran,
el ángel llora emocionado,
y admira los bosques, los edificios,
los rostros alargados que se forman ante sus ojos.
Después recoge sus lágrimas congeladas,
gotas diamantinas que guarda en su caja de resonancia,
y se cubre con pieles ajadas,
mirando el amanecer lunar,
mientras la Tierra se esconde.