- VHS-
Publicado: Dom, 29 Nov 2020 20:29
Cuando era un niño
su padre le dijo que podría conseguir lo que deseara
si lo hacía de veras.
Su madre, en cambio,
consciente de la mierda
que maceraba en su mente
volvía la mirada,
se preparaba para asumir que la realidad
es una puta de ojos tristes que dice la verdad
a quién no lo merece,
mientras miente a los constructores de puentes.
Debía rondar los seis años
cuando ambos aceptaron su presencia decepcionante,
el padre,
siempre más cortante,
se lo hizo saber de inmediato,
- hijo, -le dijo con indiferencia-
no te mereces ni el agua que bebes.
Tenía razón, supongo.
Para la madre la distancia progresiva,
la supresión constante de cariño,
fue el arma que consideró apropiada
para afrontar el absoluto desinterés
que le producían sus miedos,
sus complejos.
Él, a los diez años
ya fantaseaba con la caída libre,
cobarde y perdido,
era un ratón
en el laberinto de la pitón albina.
Entonces comenzó a construir mundos,
al principio se sustentaban en cimientos
creados por genios,
no,
no hablo de literatura,
más interesante sin duda,
más profundo...
pero mentiría.
Sus genios se escondían
bajo las grutas de Astoria,
cerca del puerto de Mos Eisley,
en el interior del Templo Maldito.
Sus amigos vivían en Santa Carla,
caminaban horas para encontrar
el cuerpo sin vida de un chico junto a las vías del tren.
Sus amigos...
sus amigos pasaban el sábado castigados,
bajo la supervisión de un frustrado profesor
vestido como Barry Manilow.
Después podían ir al concierto de Ellen Aim,
o visitar en secreto la chatarrería,
buscando el camino del trueno.
No existe discusión,
la decepcionante configuración de sus virtudes
chocaron con las mínimas expectativas de sus padres,
el resultado:
un deforme montón de basura sin gracia,
sin talento.
Siempre estuvo enamorado de Sarah,
de Jareth también,
y cuando la realidad hacía despertar a sus padres,
estos le encontraban desnudo,
muy serios,
preocupados,
le hablaban del futuro,
y comprendía que no podría ofrecer al mundo
más que arañazos en la escayola.
Poco después,
en el reino que construyó frente al televisor,
cerraba los ojos,
deseaba estar en el Colegio Welton,
leer poesía con el señor Keating...
el señor Keating me despreciaría tarde o temprano
- pensaba con los ojos vidrioso-.
Pasaron los años,
pero no dejó de pasear por esos universos,
cada vez más vívidos buscó un trabajo nocturno
para dormir anestesiado durante el día,
y pasar de escenario en escenario,
confundiendo la ficción y la realidad,
ansiando bucear en la soledad...
allá donde nadie pueda dañarle,
allá donde el sol sólo sale
al apretar el botón rojo del mando.
Ahora el muy imbécil escribe en estado alterado de conciencia,
jura que Leia le sonríe desde la ventana,
que contempla la puesta de sol en Smallville
y sujeta su primer libro de poemas.
Seguro que a Sally le encanta,
le dice sonriendo...
su padre le dijo que podría conseguir lo que deseara
si lo hacía de veras.
Su madre, en cambio,
consciente de la mierda
que maceraba en su mente
volvía la mirada,
se preparaba para asumir que la realidad
es una puta de ojos tristes que dice la verdad
a quién no lo merece,
mientras miente a los constructores de puentes.
Debía rondar los seis años
cuando ambos aceptaron su presencia decepcionante,
el padre,
siempre más cortante,
se lo hizo saber de inmediato,
- hijo, -le dijo con indiferencia-
no te mereces ni el agua que bebes.
Tenía razón, supongo.
Para la madre la distancia progresiva,
la supresión constante de cariño,
fue el arma que consideró apropiada
para afrontar el absoluto desinterés
que le producían sus miedos,
sus complejos.
Él, a los diez años
ya fantaseaba con la caída libre,
cobarde y perdido,
era un ratón
en el laberinto de la pitón albina.
Entonces comenzó a construir mundos,
al principio se sustentaban en cimientos
creados por genios,
no,
no hablo de literatura,
más interesante sin duda,
más profundo...
pero mentiría.
Sus genios se escondían
bajo las grutas de Astoria,
cerca del puerto de Mos Eisley,
en el interior del Templo Maldito.
Sus amigos vivían en Santa Carla,
caminaban horas para encontrar
el cuerpo sin vida de un chico junto a las vías del tren.
Sus amigos...
sus amigos pasaban el sábado castigados,
bajo la supervisión de un frustrado profesor
vestido como Barry Manilow.
Después podían ir al concierto de Ellen Aim,
o visitar en secreto la chatarrería,
buscando el camino del trueno.
No existe discusión,
la decepcionante configuración de sus virtudes
chocaron con las mínimas expectativas de sus padres,
el resultado:
un deforme montón de basura sin gracia,
sin talento.
Siempre estuvo enamorado de Sarah,
de Jareth también,
y cuando la realidad hacía despertar a sus padres,
estos le encontraban desnudo,
muy serios,
preocupados,
le hablaban del futuro,
y comprendía que no podría ofrecer al mundo
más que arañazos en la escayola.
Poco después,
en el reino que construyó frente al televisor,
cerraba los ojos,
deseaba estar en el Colegio Welton,
leer poesía con el señor Keating...
el señor Keating me despreciaría tarde o temprano
- pensaba con los ojos vidrioso-.
Pasaron los años,
pero no dejó de pasear por esos universos,
cada vez más vívidos buscó un trabajo nocturno
para dormir anestesiado durante el día,
y pasar de escenario en escenario,
confundiendo la ficción y la realidad,
ansiando bucear en la soledad...
allá donde nadie pueda dañarle,
allá donde el sol sólo sale
al apretar el botón rojo del mando.
Ahora el muy imbécil escribe en estado alterado de conciencia,
jura que Leia le sonríe desde la ventana,
que contempla la puesta de sol en Smallville
y sujeta su primer libro de poemas.
Seguro que a Sally le encanta,
le dice sonriendo...