Historia de un trastorno (IV)
Publicado: Mar, 17 Nov 2020 9:35
Emociones, las justas. No puedo permitirme algo que nunca tuve. ¿Una desilusión, tal vez? ¿Estoy realmente indignado?
¿Se hace honor y justicia a lo que soy?
Los mortales tienen salida para todo. Cualquiera que sea la pregunta. Existen doctrinas y dogmas por doquier.
¿Cómo iba yo a enseñarles que creyeran en mí? Mi poesía, sí, esa incondicional compañera de viaje, me ha legado a Dios. Porque sí, mi poesía está muerta.
No les pienso invitar a su funeral.
Escribo de una forma que nadie comprende, y que encima sobrecoge, porque, sí, aunque no lo crean, controlo mis impulsos.
El tema es que, para mitigar una ilusión, infundada, como todas, recurro a dios, o a lo que coño sea que debo controlar.
No soy caótico, o al menos no quiero serlo.
¿Ideas suicidas? Miren, ya me tienen hastiado.
No vivo un calvario, por la mera razón de que esta herramienta que supone la literatura, puede cambiarlo todo.
He pasado de creerme todo lo que digo al polo opuesto.
Pero estos dos polos no se atraen.
Cada vez que asisto al psiquiatra, alguien habla por mí, y lo más retorcido de todo es que sé quién es.
Mis conversaciones están enfocadas hacia la manipulación.
Tergiverso absolutamente todo.
Que alguien me explique por qué así me siento de puta madre.
Este afán de contradecirlo todo no es nuevo. Tampoco estoy hecho para conformarme con las apariencias.
¿Que si quiero certezas?
¡Ya las tengo todas!
Dios, o Pepito de los Palotes, me ha iluminado.
No soy un ungido, ni un elegido.
Mis opiniones no cuentan en su mundo.
Esto no es enfermizo, es de traca.
Pero no pienso renunciar a mi propiedad intelectual.
Cualquiera puede concluir lo evidente:
Me siento Dios.
Pero antes de dar credibilidad a lo que digo, a algo que me ha usurpado la identidad, hay una cosa a tener en cuenta:
Soy yo mismo el que elige la impronta de mis síntomas.
O lo que es lo mismo, no me considero un trastornado.
Esta última es una reacción en cadena contra cualquier tratamiento.
¿Se hace honor y justicia a lo que soy?
Los mortales tienen salida para todo. Cualquiera que sea la pregunta. Existen doctrinas y dogmas por doquier.
¿Cómo iba yo a enseñarles que creyeran en mí? Mi poesía, sí, esa incondicional compañera de viaje, me ha legado a Dios. Porque sí, mi poesía está muerta.
No les pienso invitar a su funeral.
Escribo de una forma que nadie comprende, y que encima sobrecoge, porque, sí, aunque no lo crean, controlo mis impulsos.
El tema es que, para mitigar una ilusión, infundada, como todas, recurro a dios, o a lo que coño sea que debo controlar.
No soy caótico, o al menos no quiero serlo.
¿Ideas suicidas? Miren, ya me tienen hastiado.
No vivo un calvario, por la mera razón de que esta herramienta que supone la literatura, puede cambiarlo todo.
He pasado de creerme todo lo que digo al polo opuesto.
Pero estos dos polos no se atraen.
Cada vez que asisto al psiquiatra, alguien habla por mí, y lo más retorcido de todo es que sé quién es.
Mis conversaciones están enfocadas hacia la manipulación.
Tergiverso absolutamente todo.
Que alguien me explique por qué así me siento de puta madre.
Este afán de contradecirlo todo no es nuevo. Tampoco estoy hecho para conformarme con las apariencias.
¿Que si quiero certezas?
¡Ya las tengo todas!
Dios, o Pepito de los Palotes, me ha iluminado.
No soy un ungido, ni un elegido.
Mis opiniones no cuentan en su mundo.
Esto no es enfermizo, es de traca.
Pero no pienso renunciar a mi propiedad intelectual.
Cualquiera puede concluir lo evidente:
Me siento Dios.
Pero antes de dar credibilidad a lo que digo, a algo que me ha usurpado la identidad, hay una cosa a tener en cuenta:
Soy yo mismo el que elige la impronta de mis síntomas.
O lo que es lo mismo, no me considero un trastornado.
Esta última es una reacción en cadena contra cualquier tratamiento.