en el vigor del pensamiento
y en el sueño del pensamiento
también, cuando el otoño
se despide en oscuras criptas
—las cuevas y su castigo de luz—
y sobre las inmensos campos
doblados por la brisa
aparecen las panteras al fondo,
la extensión del carácter, los espectros
de un simulacro nada más que humano.
Pero iniciémonos con la belleza
ofrendada a la soledad
de las fieras cuando el rugido
invade las plazas, los bares,
las mesas de las bibliotecas;
apresura las olas de las calles,
y más allá, en las afueras, en los lindes anónimos,
donde parecen destellar
el prodigioso enigma de Alejandro,
el fascinante azur de Rimbaud,
las olvidadas estirpes de Faulkner,
y los atormentados jinetes de Morrison.