y abrazan la campana retraída
que no llega al balcón de una promesa muerta
que no cumple su pacto con las sombras
ni al requiebro angustiado de un amante sentido
que no sabe horadar
las venas de tu sangre,
no corre por sus ojos la herida de tus campos,
tus ríos se le escapan roncos entre las piedras
pero hunde en su pecho cubierto por tu velo
tu lágrima ahogada en una fiesta lúgubre,
la dibuja en tu aroma con un monstruo asustado
que espera en el rincón
donde grita el deseo que tuviste en el alba.
He matado tu acento en los vidrios cortados
que retan a la muerte
en la alcoba que tiembla en el aire dolido
que muerde los recuerdos
y el canto de tu lengua que nunca se ha apagado.
Tu desierto en la lluvia, la sed de tu garganta,
el alma de tus besos hieren en los escombros
y arrastran los vestigios
de la amarga cadena que forjó tu alegría.
La cortina rendida de los escaparates
suspira en tu mirada
con un verso extraviado que sufre los agravios
del lenguaje opresivo que impone el corazón
que siente tu latido en la espesura,
en la esperanza vana
que se enfrenta sin arte, espejos ni medida
al suspiro más hondo de tu ausencia
presente
en el pétalo negro de tu jazmín dormido,
en el tatuaje azul que no encontró la piel
que tuviera mi olvido
en tu noche más larga.