En la margen del río
Publicado: Sab, 04 Jul 2020 0:23
¿Os he dicho alguna vez que soy un solitario danzarín?
Podría haber comenzado de otra manera,
hilvanado otra retórica u otra situación,
tal vez, incluso,
podría mancillar en silencio la sensatez que se me supone,
o disipar con maestría la desnudez de mi lado hipócrita.
Al final,
cada cual haría de su capa un sayo,
y entre jirones,
destronaría la mies de mi insulsa realidad.
Todo esto se me ocurre al dislocar este cuerpo,
o su fetiche mental,
para escurrirme entre viandantes,
tan familiares como desconocidos,
y romper el monótono aburrimiento heredado entre paredes,
alimentado por una estela de indecente demencia
y un algoritmo locuaz que me incita a la intolerancia.
En ello me muevo,
como un paseante sin estela y compromiso,
tan solo con la despiadada desidia
de un cuerpo acostumbrado al ostracismo,
y a la sequedad lingüística
de la ausencia de libertades,
del placer de vida.
Así que como soy tan disparatado,
tan acróstico desordenado,
sonrío extendiendo la mirada de norte a sur,
y de sol a sombra,
escuchando, con demasiada torpeza,
aquellas conversaciones,
-sin ningún sentido para mí-,
que se convierten en melodía de fondo de mi vivencia.
Al final,
lo único realmente con sentido,
es que el río es el mismo de cuando era un chaval,
el cielo y sus adornos pintan de la misma manera,
y el insoportable sol,
sigue brillante como entonces
pero parece un poco más quemado.
Pues que mejor que terminar mi aventura
rompiendo el molde del tiempo,
convirtiendo mi madurez en infanticida
con ese toque de gamberrismo que aún perdura,
y estrellando una piedra en las cenagosas aguas del río,
para dibujar esas ondas que tanto nos gustaban,
que tanto me gustaban
y tanto me gustan.
¡Qué vivencia!
¿Os he dicho alguna vez que soy un solitario danzarín?
Pues eso.
Podría haber comenzado de otra manera,
hilvanado otra retórica u otra situación,
tal vez, incluso,
podría mancillar en silencio la sensatez que se me supone,
o disipar con maestría la desnudez de mi lado hipócrita.
Al final,
cada cual haría de su capa un sayo,
y entre jirones,
destronaría la mies de mi insulsa realidad.
Todo esto se me ocurre al dislocar este cuerpo,
o su fetiche mental,
para escurrirme entre viandantes,
tan familiares como desconocidos,
y romper el monótono aburrimiento heredado entre paredes,
alimentado por una estela de indecente demencia
y un algoritmo locuaz que me incita a la intolerancia.
En ello me muevo,
como un paseante sin estela y compromiso,
tan solo con la despiadada desidia
de un cuerpo acostumbrado al ostracismo,
y a la sequedad lingüística
de la ausencia de libertades,
del placer de vida.
Así que como soy tan disparatado,
tan acróstico desordenado,
sonrío extendiendo la mirada de norte a sur,
y de sol a sombra,
escuchando, con demasiada torpeza,
aquellas conversaciones,
-sin ningún sentido para mí-,
que se convierten en melodía de fondo de mi vivencia.
Al final,
lo único realmente con sentido,
es que el río es el mismo de cuando era un chaval,
el cielo y sus adornos pintan de la misma manera,
y el insoportable sol,
sigue brillante como entonces
pero parece un poco más quemado.
Pues que mejor que terminar mi aventura
rompiendo el molde del tiempo,
convirtiendo mi madurez en infanticida
con ese toque de gamberrismo que aún perdura,
y estrellando una piedra en las cenagosas aguas del río,
para dibujar esas ondas que tanto nos gustaban,
que tanto me gustaban
y tanto me gustan.
¡Qué vivencia!
¿Os he dicho alguna vez que soy un solitario danzarín?
Pues eso.