Se diluye la húmeda cortina de lluvia
que desluce un paisaje aislado,
con la esencia de la savia brotando
en las carnes pálidas de los robles,
color naranja otoñal,
nocturno en alusión a sus cánticos,
acompañados por un viento aislado
que silba con la timidez de la inapetencia.
La tinta se vuelve río,
y el cauce llega a los límites de la vereda
donde transitan las hojas caídas
tras perder la batalla final del otoño.
Tú, sigues corriendo descalza,
con la ropa mojada,
con la cadencia que te permite
el empujón cómplice y delicado de la brisa.
Y se marca el camino,
la senda donde los sentimientos esconden
su padecer atrincherándose
entre las escamas de unas cortezas en letargo,
de unas ramas con el follaje en cautiverio,
con las astillas adormecidas
y la tristeza reclamando primavera.
Comienza entonces a caer esa llovizna
ubicada en el misterio,
y se mezcla con la tierra, con el polvo,
creando ese barrizal donde se esbozan tus pisadas,
donde se perfilan las mías
y la perfidia de las tuyas acuerda ignorarlas.
Decido parar,
evocar una llamada al pensamiento,
apartar lápiz y papel,
aparcar el escrito,
y recordar a Aspasia,
a los ríos de sangre en Samos,
y a su influencia sobre Pericles.
Rompo el papel,
te dejo libre para que abandones la mente,
tus pies descalzos, tu ropa mojada,
y las huellas esculpidas en el barro.
Reniego de Pericles,
destierro a Aspasia.
Retomaré los árboles, sus ramas,
el río, el sendero,
esa lluvia parida en el misterio.
Los vestiré de primavera,
de cielo azul brillante,
de verde frondoso y vivo,
crearé un río de aguas cristalinas
con una vereda de hierba y tierra
dibujando su cauce,
y desterraré la perfidia de tu imagen.
Aspasia y Pericles
viajarán a las ruinas de la historia.
que en el año 440 a.C., derrotó a Samos en una campaña muy dura,
donde según Plutarco, historiador, biógrafo y filósofo griego, Aspasia fue la
responsable de la guerra y Pericles atacó influenciado o aconsejado por ella.