Desde mis ojos de niña África era un paraíso.
Allí viví mis primeros años de infancia ignorando, en mi bendita inocencia, todos los peligros visibles e invisibles.
El gallinero era como una seducción y a la vez era territorio prohibido.
Yo me escabullía y me iba a jugar con las gallinas.
Las hacía correr y hasta volar, cacareaban escandalosas y era entonces cuando me descubrían.
El riesgo, el verdadero peligro estaba en entrar dentro de aquella caseta hecha con cuatro tablas
y una tela de metálica, pero yo no lo sabía y no entendía que no me dejasen ir allí a jugar.
Era mi casita – a mí me parecía eso- y entraba en cuanto se descuidaban, para recoger los huevos de la puesta del día.
Un día, mientras estaba distraída en la casita, entró el Boy que vigilaba el gallinero y después de destrozar los palos en los que descansaban las gallinas, empezó a gritarme en Pamue, su idioma natal, yo estaba asustada, muy quieta. No entendía nada, pero tampoco lloraba.
Entonces apareció mi madre, interrogó a Hipólito, me cogió del brazo y casi me arrastró hasta casa.
Dentro del gallinero había una mamba verde. Ese era el peligro, entraban para comerse los huevos y esa era la razón por la que yo no podía estar allí.
Esta serpiente arborícola es venenosa y su mordedura letal.
A la mañana siguiente el gallinero había desaparecido y las gallinas también.
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© Marisa Peral Sánchez

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“He mirado a los leones a los ojos y he dormido bajo la Cruz del Sur, y he visto incendiarse la hierba en las grandes praderas, que se cubren de fina hierba verde tras las lluvias, he sido amiga de somalíes, kikuyus y masais, he volado sobre las colinas de Ngong... nunca estaré a África lo suficientemente agradecida por lo mucho que me ha dado”.
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Isak Dinesen
Memorias de África, RBA editores, 1993
Sombras en la hierba, Ediciones Alfaguara S.A., 1986