Jugando al escondite
Publicado: Sab, 20 Sep 2008 13:10
Unos, dos tres, cuatro.
Ella está de espaldas
contando contra la pared,
es la niña más guapa del mundo,
sólo tiene ocho años,
yo tengo nueve,
sólo le llevo tres meses
pero siempre que es primavera
yo soy más grande.
A ella no le gusta perder ni en los años
y pone esa cara de enfado que me enloquece,
como queriendo apresurar las agujas,
dice que prefiere el verano
porque el sol camufla sus pecas,
y porque nuestra edad es la misma.
Cinco, seis, siete, ocho.
Me gusta cuando cuenta,
tiene dos trenzas rubias,
cuando sonríe se le hacen hoyuelos
al lado de la boca,
lleva medias blancas y zapatos de luto,
los dedos manchados de gusanitos
y un fuerte olor a caramelo de fresa.
Alguna vez nos agarramos de la mano
y a mí me tiembla el pulso,
el estómago se me contrae
y siento como mi cara
es una bombilla a punto de estallar.
Nueve, diez, once, doce.
Nunca me escondo lo suficiente,
siempre me dejo visible
para que grite mi nombre
mientras corre apresurada
para tocar el taco.
Nadie me nombra como ella,
cuando lo hace
es como si me llamaran,
como ser necesario
tiene el acento prestado de una racha de viento:
-Por Ernesto- grita.
Y yo quiero besarla.
Trece, catorce, quince, dieciséis.
Estoy tras el árbol de siempre,
lo sabe, se me ven las manos
y suenan mis latidos
en tres kilómetros a la redonda
sus diminutos pies colorean
la losetas de la plaza
de un color similar
al que debe tener el amor.
Me ve, siempre me ve y corre
sale disparada para dibujar
la sonrisa de mi boca.
A ella le encanta ganar.
Y a mi también.
Han pasado dos décadas de aquello
y aún cuando se me aproxima
dejo de esconderme para que coloque
mi nombre entre sus labios.
Ya casi está. La huelo.
Diecisiete, dieciocho, diecinueve y veinte.
Voy…………………..
Me encanta su voz.
Ella está de espaldas
contando contra la pared,
es la niña más guapa del mundo,
sólo tiene ocho años,
yo tengo nueve,
sólo le llevo tres meses
pero siempre que es primavera
yo soy más grande.
A ella no le gusta perder ni en los años
y pone esa cara de enfado que me enloquece,
como queriendo apresurar las agujas,
dice que prefiere el verano
porque el sol camufla sus pecas,
y porque nuestra edad es la misma.
Cinco, seis, siete, ocho.
Me gusta cuando cuenta,
tiene dos trenzas rubias,
cuando sonríe se le hacen hoyuelos
al lado de la boca,
lleva medias blancas y zapatos de luto,
los dedos manchados de gusanitos
y un fuerte olor a caramelo de fresa.
Alguna vez nos agarramos de la mano
y a mí me tiembla el pulso,
el estómago se me contrae
y siento como mi cara
es una bombilla a punto de estallar.
Nueve, diez, once, doce.
Nunca me escondo lo suficiente,
siempre me dejo visible
para que grite mi nombre
mientras corre apresurada
para tocar el taco.
Nadie me nombra como ella,
cuando lo hace
es como si me llamaran,
como ser necesario
tiene el acento prestado de una racha de viento:
-Por Ernesto- grita.
Y yo quiero besarla.
Trece, catorce, quince, dieciséis.
Estoy tras el árbol de siempre,
lo sabe, se me ven las manos
y suenan mis latidos
en tres kilómetros a la redonda
sus diminutos pies colorean
la losetas de la plaza
de un color similar
al que debe tener el amor.
Me ve, siempre me ve y corre
sale disparada para dibujar
la sonrisa de mi boca.
A ella le encanta ganar.
Y a mi también.
Han pasado dos décadas de aquello
y aún cuando se me aproxima
dejo de esconderme para que coloque
mi nombre entre sus labios.
Ya casi está. La huelo.
Diecisiete, dieciocho, diecinueve y veinte.
Voy…………………..
Me encanta su voz.