¡Ignorantes! La naturaleza acecha
Publicado: Mié, 15 Abr 2020 22:16
No somos capaces de pensar,
de buscar, de recordar,
analizar aquello sucedido,
pensar en lo que queda por suceder.
Hemos inmolado desde la primera huella
la savia que la naturaleza dispuso a nuestro ejército,
lejos de defenderla, de proteger su valía,
la intoxicamos, la maltratamos y la destruimos.
¡Ay! ¡Qué ignorantes!
Nacimos depredadores,
vulgares reyes de algo que un día se convirtió en nuestro nido,
en el lugar donde vivimos,
donde han nacido nuestros ancestros,
donde se han amamantado generación tras generación,
pueblo tras pueblo,
nación por nación,
continente por continente,
el mundo, vulgarmente conocido.
¿Y para qué?
Ahora nos sentimos desamparados,
nerviosos y arrestados,
sensibles y con lágrimas en los ojos,
unos frente a la mayor de la soledades,
otros ante la agonía de la duda,
y algunos, los maltratados,
por no poder decir adiós
a quién se les ha ido sin mediar palabra,
sin entender el motivo,
perdidos entre el polvo mugriento de la muerte.
¿Qué ha sucedido?
Nos ha ganado la partida un microscópico bicho,
un virus que asesina devastadoramente,
que arrasa por donde entra,
arrancando soberbias, orgullos, prepotencias.
De nada vale el poder, el dinero,
la pobreza, el hambre,
la fuerza, la debilidad,
un virus ha puesto a tambalear a todo un mundo,
a toda una comunidad indemne y potente,
ilusos de ayer vestidos de sonrisas,
ahora de temor y mascarillas.
¿Y la memoria? ¿Dónde está nuestra memoria?
No recordamos,
no lo hacemos porque no queremos,
no nos interesa, podemos con todo.
¡Ignorantes!
¡Sí! ¡Ignorantes!
No nos damos cuenta,
nuestro poder es mínimo, es nada,
ante el poder demoledor de la naturaleza.
Es una batalla que tenemos perdida,
una guerra sin ninguna opción,
la naturaleza nos golpea cuando quiere,
cuando se siente maltratada,
cuando en su interior siente su devastación
y se confina para evitar que eso llegue.
Saca sus tropas,
su enfado,
la fuerza destructora de los seísmos,
la espuma arrolladora de los tsunamis,
el fuego incandescente de los volcanes,
la agonía de los tifones,
los huracanes,
los devastadores tornados,
lágrimas de sus tormentas,
sus danas, sus ciclones, sus lluvias torrenciales,
sus pandemias,
todo para conseguir un equilibrio
que el ser humano es incapaz de estabilizar.
Atrás quedaron Hiroshima, Nagasaki, Chernobyl,
el gas de Bhopal, los incendios de Kuwait,
la inundación provocada del río Amarillo,
la niebla de combustibles de Londres,
la crueldad de las diferentes guerras.
Siempre añoramos el poder,
¡queremos el poder!
a cualquier precio, sin pestañear,
da igual quien caiga,
a quien arrastre nuestra crueldad.
Pero…, hay algo más fuerte,
más poderoso,
algo intratable y que se apodera de todo,
porque es suyo,
porque está aquí antes que nosotros,
y no está dispuesto a dejarse amedrentar.
Somos leña calcinada en una hoguera,
polvo desterrado y sangre envenenada,
somos súbditos,
una mínima porción en un inmenso paisaje,
en la inmensidad más poderosa del universo.
¿Qué esperamos?
La devastación inexorable
como pago a nuestra infame actitud.
El odio al que hemos obligado
al que ayer era nuestro paraíso.
Siempre nos ha dado avisos,
señales del mal camino tomado,
de la irascibilidad con la que hemos actuado,
nos ha enviado castigos,
señales,
nos ha advertido y nunca le hicimos caso.
Nos envió la peste, la viruela, la gripe española,
la asiática, el sida…
… terremotos, maremotos, tsunamis, huracanes…
¿necesitamos más para rectificar?
¿Y ahora, qué?
Saldremos de ello, más débiles,
más aprensivos, más humillados.
¿Nos valdrá?
Seguro que no,
porque aún pensaremos que podemos con todo,
que esto es nuestro y como tal seguiremos manipulándolo,
que mañana será mejor que ayer,
y que ayer tan solo será el pasado.
¡Volveremos a dominar el mundo!
Seguiremos cometiendo errores,
seguiremos con nuestra ambición inusitada,
seguiremos siendo los dioses.
¿?
Pero ya está demasiado cansada,
ya no perdona nada, ni nada le interesa.
Ha repetido avisos, señales, castigos.
No le queda apenas paciencia.
Debemos permanecer alerta,
la naturaleza acecha.
de buscar, de recordar,
analizar aquello sucedido,
pensar en lo que queda por suceder.
Hemos inmolado desde la primera huella
la savia que la naturaleza dispuso a nuestro ejército,
lejos de defenderla, de proteger su valía,
la intoxicamos, la maltratamos y la destruimos.
¡Ay! ¡Qué ignorantes!
Nacimos depredadores,
vulgares reyes de algo que un día se convirtió en nuestro nido,
en el lugar donde vivimos,
donde han nacido nuestros ancestros,
donde se han amamantado generación tras generación,
pueblo tras pueblo,
nación por nación,
continente por continente,
el mundo, vulgarmente conocido.
¿Y para qué?
Ahora nos sentimos desamparados,
nerviosos y arrestados,
sensibles y con lágrimas en los ojos,
unos frente a la mayor de la soledades,
otros ante la agonía de la duda,
y algunos, los maltratados,
por no poder decir adiós
a quién se les ha ido sin mediar palabra,
sin entender el motivo,
perdidos entre el polvo mugriento de la muerte.
¿Qué ha sucedido?
Nos ha ganado la partida un microscópico bicho,
un virus que asesina devastadoramente,
que arrasa por donde entra,
arrancando soberbias, orgullos, prepotencias.
De nada vale el poder, el dinero,
la pobreza, el hambre,
la fuerza, la debilidad,
un virus ha puesto a tambalear a todo un mundo,
a toda una comunidad indemne y potente,
ilusos de ayer vestidos de sonrisas,
ahora de temor y mascarillas.
¿Y la memoria? ¿Dónde está nuestra memoria?
No recordamos,
no lo hacemos porque no queremos,
no nos interesa, podemos con todo.
¡Ignorantes!
¡Sí! ¡Ignorantes!
No nos damos cuenta,
nuestro poder es mínimo, es nada,
ante el poder demoledor de la naturaleza.
Es una batalla que tenemos perdida,
una guerra sin ninguna opción,
la naturaleza nos golpea cuando quiere,
cuando se siente maltratada,
cuando en su interior siente su devastación
y se confina para evitar que eso llegue.
Saca sus tropas,
su enfado,
la fuerza destructora de los seísmos,
la espuma arrolladora de los tsunamis,
el fuego incandescente de los volcanes,
la agonía de los tifones,
los huracanes,
los devastadores tornados,
lágrimas de sus tormentas,
sus danas, sus ciclones, sus lluvias torrenciales,
sus pandemias,
todo para conseguir un equilibrio
que el ser humano es incapaz de estabilizar.
Atrás quedaron Hiroshima, Nagasaki, Chernobyl,
el gas de Bhopal, los incendios de Kuwait,
la inundación provocada del río Amarillo,
la niebla de combustibles de Londres,
la crueldad de las diferentes guerras.
Siempre añoramos el poder,
¡queremos el poder!
a cualquier precio, sin pestañear,
da igual quien caiga,
a quien arrastre nuestra crueldad.
Pero…, hay algo más fuerte,
más poderoso,
algo intratable y que se apodera de todo,
porque es suyo,
porque está aquí antes que nosotros,
y no está dispuesto a dejarse amedrentar.
Somos leña calcinada en una hoguera,
polvo desterrado y sangre envenenada,
somos súbditos,
una mínima porción en un inmenso paisaje,
en la inmensidad más poderosa del universo.
¿Qué esperamos?
La devastación inexorable
como pago a nuestra infame actitud.
El odio al que hemos obligado
al que ayer era nuestro paraíso.
Siempre nos ha dado avisos,
señales del mal camino tomado,
de la irascibilidad con la que hemos actuado,
nos ha enviado castigos,
señales,
nos ha advertido y nunca le hicimos caso.
Nos envió la peste, la viruela, la gripe española,
la asiática, el sida…
… terremotos, maremotos, tsunamis, huracanes…
¿necesitamos más para rectificar?
¿Y ahora, qué?
Saldremos de ello, más débiles,
más aprensivos, más humillados.
¿Nos valdrá?
Seguro que no,
porque aún pensaremos que podemos con todo,
que esto es nuestro y como tal seguiremos manipulándolo,
que mañana será mejor que ayer,
y que ayer tan solo será el pasado.
¡Volveremos a dominar el mundo!
Seguiremos cometiendo errores,
seguiremos con nuestra ambición inusitada,
seguiremos siendo los dioses.
¿?
Pero ya está demasiado cansada,
ya no perdona nada, ni nada le interesa.
Ha repetido avisos, señales, castigos.
No le queda apenas paciencia.
Debemos permanecer alerta,
la naturaleza acecha.