no sé el qué,
no le presté atención.
Luego nos estrellamos.
Era la única que no hablaba
y he perdido sus palabras.
La saqué del coche
y abrió sus enormes ojos.
Miraba a su alrededor sin saber
quién era el autor del cuadro,
sin reconocer los colores.
Mimetizó y desencajó su rostro.
Se pegó a un cigarrillo
y estuvo paseando por el tiempo
—lívido y sereno—
de la foto inhabitada.
Ahora la veo moviéndose
de adelante a atrás.
Por eso creo
que aún está de paseo.
alguien tomó en sus manos la simiente
—vamos yermos de dolor—
y está pidiendo pan en verso libre.