Editorial Alaire

El abeto fantasma ya ganó los tres metros.
Si no llega a ser por las fotos
no me habría percatado de tan acelerado estirón.
¡Si es que él ya va para veinte añazos!
Lo cierto es que está colosal,
batiendo sus peludas ramas agitadas
por el soplo del atardecer,
—riendo y nunca quieto—
dejando juguetear a los gorriones
entre sus escalones y crecientes axilas,
justo allí,
donde yo no llego para hacerle cosquillas.
Cuando llega la noche,
el abeto que nunca fue,
me sopla al oído un arrullo de sol:

A mi niño le sopla el viento al oído
y le canta una canción
cuya melodía solo él conoce,
y se mueve feliz,
corre entre los trigales
sujetando el hilo de la cometa.
Y a mi niño le sangra el alma en abanico
si se pierde y no encuentra su nido.
Pero por la luz de tus ojos
que yo no te pierdo, muñeco,
porque soy la cometa
que contigo alcanza el vuelo.

¿De qué le servirá a mi recuerdo
esa sensación fantasmal
de momentos entrañables y hogareños?

Me ha encantado. Todo el poema tiene una ternura que traspasa los versos. Felicidades.
Abrazos
Pilar

Precioso poema que emociona y nos lleva a volar con tu imaginación portentosa. Eres polifacética. De la intelectualidad más alta desciendes hasta la ternura más delicada. Estás creciendo a un ritmo admirable. Me encanta que tu búsqueda se dé en registros variados e inexplorados. Salud.

Un abrazo distante.
Óscar

Talento especial el que manejas, Ana.
Por algún lado, siempre se abre un abanico, y tu poesía lo hace.
Abrazos y felicidad, amiga mía.

¡Qué bonita frase la tuya, Pilar! Ternura que traspasa los versos.
Un abrazo enorme, muy agradecida.

¡Otro gran comentario, Óscar! Trato de no encasillarme en ningún registro. Así me siento más libre.
Un fuerte abrazo, amigo mío.

Un delicioso poema, con una intensa carga emotiva. A mí me pasó con un laurel (era solo un pequeño y delgado tronco con una hoja diminuta), que en principio pensaba que era un peral por la pr´oximidad de otro, al que iba a ver crecer durante todos los días del verano.

Un afectuoso abrazo.

Mis abanicos me cuestan, Ricardo, no lo sabes tú bien. Últimamente ando un poco vaga, será cosa de tiempo.
Tú sigues en la brecha. ¡Genial!
gracias por comentar y leerme.
Un abrazo.

Qué buena tu anécdota, Ramón. Aprecio que la hayas compartido en este poema, redondea la idea.
Recuerdo haber hecho un poema a la hiedra hace tiempo.
Gracias por leerme y comentar.
Un abrazo.

Dulce, cálido y precioso.

Como un cuento de niños.

Me ha gustado.

Besos

Me ha parecido un poema muy bello y muy tierno. La verdad es que me ha encantado. Felicidades y un abrazo.

Es muy hermoso este poema, Ana; consecuente, muy antiguo en su llanto nuevo. La simbología del árbol tan quieto, tan vivo, tan constante. Hay estirones que nos recuerdan la longeva ausencia, la muerte ingrata, la pena estacional.

Veinte años que no han secado lágrimas pero fortalecen la clorofila junto al cantar de algunos cantares.

Abrazo y felicitaciones.

Muchas gracias por vuestras respuestas: Alejandro y Ramón. Agradezco vuestra grata compañía y las palabras que dedicáis al poema.
Un abrazo.

Ahí te he visto, Hallie, en plena diana. Algo más de veinte años y ese árbol crece dulce en la memoria, a veces me deja temblando de pena, pero hay tanta ternura en él que, ahora, le lloro con una sonrisa.. Muy aguda tu lectura.
Gracias por ello, por leerme y comentar con acierto.
Un beso enorme.