Aves de escritorio II

[Ricardo López Castro.]

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[Ricardo López Castro.]

Una flor solitaria en el desierto,
sin aludes de polvo ni alusiones
al tallo del perfume universal.
Sin sentidos, cuestiono mi existencia.
Como esa misma flor
desterrada y soterrada y enterrada.
Sin sentidos, amor no me frecuenta.
Amor queda tan solo en mi mente.
Puedo volar más alto
sin este cuerpo acrílico,
mi mente lo transije.
¿Cuestionarse el amor?
¿Adónde volará sin ilusiones?

No sé si voy a ras de suelo,
camino sobre el mar o he penetrado el punto
que el universo -así lo llaman-
dibujó para mí.

Como un lobo egoísta aúllo para mí,
¡ah, que mi alma conozca la verdad!

Estas oscilaciones.
Esa mujer que maquilla mi sombra.
¿Qué sombra no revuela entre mis sienes?

Puedo amar lo que quiera,
siempre que sepa lo que quiero.
Exijo amor cuando lo doy.
Mi mismo amor.
Ese amor conceptual que orbita alrededor
de esta nada.

¿Inculcar el amor?
Ya saben lo que han hecho con codicia,
con deseo o lujuria.

Correré imaginando
que voy tras esa flor
que ha transgredido el orden.

La belleza que he visto en otra vida,
su amarillento aroma sin espinas.

¡Ah, recóndito amor!
¡Ah, pedir peros al hombre!
¡Ah, recorrido curvo de mujer!
¡Ah, poesía que guardas mi secreto!
¡Ay, amor tan discreto!
En esta intimidad puedo hacerlo.
En esta intimidad puedo calarme.
También puedo callarme.
¡Cuánto me duele el alma de esa flor!
¡Ah, qué dolor de todo!
¡Ah, me escondo de nuevo en mis sentidos!

Se prolonga mi alma,
trasciendo como el viento
más humano.
¡Ah, solitaria flor!
¡Siente el todo!