Somos nada
Publicado: Vie, 20 Mar 2020 21:03
¿Y si lo pensáramos antes detenidamente?
En el umbral de la historia somos poco, casi nada.
Nada es la respuesta a nuestra incongruencia,
a nuestra insensatez, a nuestro egoísmo,
a esa desfachatez de sabiondo integral,
de licenciado en mil temas, en cualquier ocasión,
en esas dudas tan difíciles de vaticinar
con tantas respuestas lógicas
aderezadas con la ilógica realidad.
Creemos ser el centro del mundo,
pensar que el universo gira en torno a nosotros,
que somos dioses y señores de ello,
y que como tal,
poseemos el absoluto dominio de la situación,
absoluto poder, absoluta fuerza,
absoluto...
¡qué ignorantes!
Somos nada, fuimos nada, seguiremos siendo nada.
Vivimos porque la naturaleza dispone que así sea,
porque un día nacemos con el beneplácito de ella,
sobrevivimos y respiramos del oxígeno que nos suministra,
nos alimentamos porque ella nos ofrece de todo,
nos refrescamos, no nos deshidratamos,
porque hace correr el agua por los cauces de los ríos,
porque los alimenta con sus lluvias
así como alimenta la tierra que nos nutre de vegetación.
Vivimos porque nos han invitado,
nos han diseñado un lugar con todo lo necesario,
no somos los creadores, ni los herederos de ello,
ni somos los dueños de nada.
Nada es nuestro único legado.
Cuando ella se enfada,
se revela contra nuestro egocentrismo,
contra lo absurdo de nuestra vivencia,
como esa sal que escuece las heridas,
ese ácido que nos quema y aturde,
ese grito que agoniza entre el silencio.
Somos siervos y huéspedes,
marionetas articuladas en las faces de su entramado,
en la disponibilidad del asedio constante y continuo
de su látigo poderoso, venenoso y tal vez asesino.
No lo hacemos bien,
ella nos juzga constantemente,
nosotros la ignoramos una y otra vez,
y ella se nos acerca más, nos acorrala más.
Tiene todo el poder,
nos avisa y nos perdona,
nos perdona y nos vuelve a avisar,
y arruina y enferma,
y destruye y mata,
y se convierte en asesina con veredicto de inocente.
Más no nos bastan terremotos, huracanes, tsunamis,
no nos asustan inundaciones,
infecciones y perdidas imposibles de restaurar,
somos tan incrédulos, tan ignorantes,
que un microscópico virus,
aún con su devastación,
sirve de mofa, sonrisas y actos desdeñables.
Nos avisa y aún nos perdona.
¿Hasta cuando?
¿Y si lo pensáramos detenidamente?
¡Debiéramos hacerlo!
En el umbral de la historia somos poco, casi nada.
Nada es la respuesta a nuestra incongruencia,
a nuestra insensatez, a nuestro egoísmo,
a esa desfachatez de sabiondo integral,
de licenciado en mil temas, en cualquier ocasión,
en esas dudas tan difíciles de vaticinar
con tantas respuestas lógicas
aderezadas con la ilógica realidad.
Creemos ser el centro del mundo,
pensar que el universo gira en torno a nosotros,
que somos dioses y señores de ello,
y que como tal,
poseemos el absoluto dominio de la situación,
absoluto poder, absoluta fuerza,
absoluto...
¡qué ignorantes!
Somos nada, fuimos nada, seguiremos siendo nada.
Vivimos porque la naturaleza dispone que así sea,
porque un día nacemos con el beneplácito de ella,
sobrevivimos y respiramos del oxígeno que nos suministra,
nos alimentamos porque ella nos ofrece de todo,
nos refrescamos, no nos deshidratamos,
porque hace correr el agua por los cauces de los ríos,
porque los alimenta con sus lluvias
así como alimenta la tierra que nos nutre de vegetación.
Vivimos porque nos han invitado,
nos han diseñado un lugar con todo lo necesario,
no somos los creadores, ni los herederos de ello,
ni somos los dueños de nada.
Nada es nuestro único legado.
Cuando ella se enfada,
se revela contra nuestro egocentrismo,
contra lo absurdo de nuestra vivencia,
como esa sal que escuece las heridas,
ese ácido que nos quema y aturde,
ese grito que agoniza entre el silencio.
Somos siervos y huéspedes,
marionetas articuladas en las faces de su entramado,
en la disponibilidad del asedio constante y continuo
de su látigo poderoso, venenoso y tal vez asesino.
No lo hacemos bien,
ella nos juzga constantemente,
nosotros la ignoramos una y otra vez,
y ella se nos acerca más, nos acorrala más.
Tiene todo el poder,
nos avisa y nos perdona,
nos perdona y nos vuelve a avisar,
y arruina y enferma,
y destruye y mata,
y se convierte en asesina con veredicto de inocente.
Más no nos bastan terremotos, huracanes, tsunamis,
no nos asustan inundaciones,
infecciones y perdidas imposibles de restaurar,
somos tan incrédulos, tan ignorantes,
que un microscópico virus,
aún con su devastación,
sirve de mofa, sonrisas y actos desdeñables.
Nos avisa y aún nos perdona.
¿Hasta cuando?
¿Y si lo pensáramos detenidamente?
¡Debiéramos hacerlo!