Soneto es poco decirte...

[Ricardo López Castro.]

En mi mente hay proclamas y fracasos
y fuentes que refractan instantáneas
donde me supedito a tus foráneas
señales y retóricas, mis pasos

se enfocan hacia dédalos escasos,
tu boca virtualiza sus cutáneas
facciones y copiosas misceláneas,
destellos que cavalgan sobre ocasos.

En oníricos versos, mi fecundo
repertorio de túes se avalanza.
Sobre la noche clavo mi profundo

despertar, sin estrellas, mientras danza
en tu carne, en tu lengua, en mi rotundo
devenir, rebuscando semejanza.

[Ricardo López Castro.]

Tu nombre retraído no se oculta
en el viento, sino en la tempestad,
el silencio no es casualidad,
mis ojos se han caído, no me abulta

esta mirada, ingente que te ausculta,
desde el último aliento
a la verdad
de los recuerdos, naturalidad
e inocencia que yace en esta adulta

voz inmadura, afín a tu
sazón.
Y crece tan deprisa tu distancia...
Avarcando horizontes
sin marca ni visión...

Que confundo el saber con la ignorancia,
el amor con mi oscura exposición
a tus apariciones/relevancia.

[Ramón Castro Méndez]

Estimado Ricardo:
Me ha gustado más el soneto de tu segundo comentario, pero el otro también tiene buenos versos. No soy experto en sonetos, pero el del segundo comentario me parece más trabajado, más logrado. Es tan solo mi opinion.

Un abrazo y mi felicitación por tan inspiradas letras.

[Ricardo López Castro.]

Hola Ramón.
Te agradezco el paso y comentario, así como tus impresiones.
A mí me gustan los dos por igual.
Pero el gusto es siempre subjetivo.
Gracias por todo.
Abrazos y felicidad, amigo mío.

[Ricardo López Castro.]

Tu elección fue rotunda y tamizada
-Quién descifra oquedades en el viento-,
rápida y disuasoria, a duelo lento.
Disipó mi carácter y adecuada

concepción, tan aguda y cuestionada
por la filosofía, y tan violento
se cierne incomprendido el pensamiento
que decide por mí, a cada mirada.

En esta cárcel luenga y lugareña
residen descendientes de tu ruego,
la ventana en que prende luz y leña

tu memoria pasiva, el desapego
al tiempo. Duermo solo si te sueña.
No poseo al deseo, sino al fuego.

[Ricardo López Castro.]

De ti hasta mí relumbran los estruendos.
Provienen de muy lejos, del sonido
al beso boreal. Aún no he vestido
suficientes harapos y remiendos,

para reverberar la desnudez
que filtra tus deseos en mis ojos.
Mis manos y mis puños son manojos
de alarmas, y de nervios, dejadez

-¿Y si ella regresara?-. Lo leí
entre cifras periódicas. Tus voces
no volverán con este maniquí.

Nunca amé ni amaré
-¿No reconoces
la obsesión que contigo comprendí?-
Ya no dudo: "¿Amor? ¿Tú? No me conoces."