Nacimiento
Publicado: Dom, 15 Mar 2020 14:25
...
Hace mucho tiempo, ya más de veinte años,
todavía más, pero es fácil señalar veintenas
porque la memoria se protege del olvido
favorecida por los números redondos, pero
qué más da veintiuno o veintidós
si el episodio no es una marca de la historia;
vi nacer un pez sobre la arena
donde no había nada salvo granos de sílice,
sol, agua y mi sombra sobre el espacio plano
de una playa de cobre rotundo.
Nació el pez a cuatro patas, invertido,
primero la cola luego las patas, la cabeza
al final.
Las aletas fueron brazos, manos, dedos;
las patas fueron piernas, pies, dedos.
La cabeza hermosa, ovalada, ojos grandes
líquidos con pupilas grises, un gris de luna.
Me habló
en un idioma que yo desconocía, probó otro
que tampoco entendí, así hasta veinte
quizá más, cuarenta, sesenta, ochenta, cien.
El tiempo no corría.
La luz detenida en el cenit.
El viento mudo, sin color ni aroma ni fuerza.
Por fin dijo algo que entendí:
Tengo sed.
Le acerqué mis manos ahuecadas
para ofrecerle vino de moras y jengibre.
Tengo hambre.
Le ofrecí pan de higos con anises.
Descansó bajo la sombra de unas rocas de sal.
Me fui, a las seis. Dormía.
Hoy nos hemos reconocido al cruzar una plaza,
él vestido con esmoquin
yo vestido de astronauta,
hemos tomado café en las cumbres del mundo.
Nacimos los dos
a la hora primera
en la que toda luz es la misma luz
donde nada existe todavía y todo es.
Al rato,
cayó sobre nuestras cabezas todo el mar,
el mismo donde navega a oscuras la vida
entre la casualidad y las causas dispersas
convertido el tiempo en olas de distancia.
...
Hace mucho tiempo, ya más de veinte años,
todavía más, pero es fácil señalar veintenas
porque la memoria se protege del olvido
favorecida por los números redondos, pero
qué más da veintiuno o veintidós
si el episodio no es una marca de la historia;
vi nacer un pez sobre la arena
donde no había nada salvo granos de sílice,
sol, agua y mi sombra sobre el espacio plano
de una playa de cobre rotundo.
Nació el pez a cuatro patas, invertido,
primero la cola luego las patas, la cabeza
al final.
Las aletas fueron brazos, manos, dedos;
las patas fueron piernas, pies, dedos.
La cabeza hermosa, ovalada, ojos grandes
líquidos con pupilas grises, un gris de luna.
Me habló
en un idioma que yo desconocía, probó otro
que tampoco entendí, así hasta veinte
quizá más, cuarenta, sesenta, ochenta, cien.
El tiempo no corría.
La luz detenida en el cenit.
El viento mudo, sin color ni aroma ni fuerza.
Por fin dijo algo que entendí:
Tengo sed.
Le acerqué mis manos ahuecadas
para ofrecerle vino de moras y jengibre.
Tengo hambre.
Le ofrecí pan de higos con anises.
Descansó bajo la sombra de unas rocas de sal.
Me fui, a las seis. Dormía.
Hoy nos hemos reconocido al cruzar una plaza,
él vestido con esmoquin
yo vestido de astronauta,
hemos tomado café en las cumbres del mundo.
Nacimos los dos
a la hora primera
en la que toda luz es la misma luz
donde nada existe todavía y todo es.
Al rato,
cayó sobre nuestras cabezas todo el mar,
el mismo donde navega a oscuras la vida
entre la casualidad y las causas dispersas
convertido el tiempo en olas de distancia.
...