Masturbación política
Publicado: Sab, 14 Mar 2020 0:20
Masturbación política
Quieres un orgasmo de emociones que logre
recomponer el mundo desde el mundo antiguo,
y lo llene de nuevos puentes y nuevas torres de babeles.
¡Ah, qué hermoso sería suicidar al hombre moderno
y crear nuevos cuerpos, nuevos rostros, bellos
como las estatuas griegas, pero rebosantes de vida!
Estás cansado de este mundo moderno autoflagelado,
harto de vivir en la pugna de psicópatas poderosos.
Aquí, hasta los medios parecen monstruos inmorales,
voraces que degluten tu cerebro luego de vilipendiarte,
y las parroquias mañana ordenarán misas. La religión
siempre se mantiene como la heroína de los ajusticiados
y te repone la vida eterna con abundante cristianismo.
Pobre Europa: no eres ya medieval con tu poder omnipotente,
castrando ardientes sacerdotes viriles en medio de la cópula,
y escondiendo sacerdotes pederastas debajo de los púlpitos.
Hoy toda la lujuria de los santos se ha hecho evidente
Y ni el papa Francisco niega ya el maldito escozor de la libido.
Y a ti las redes sociales te observan y registran tu conducta
vergonzosa que no puedes confesar en los confesionarios.
Han hecho de ti registros, catálogos, prontuarios
que te acusan muy fuerte con música en los discos duros.
Ahí se encuentra apretujado en un archivo compilado
toda la historia de tus amaneceres con tus putas feas,
y están tus retratos abrazando, besando, sonriendo
con tu sexualidad bien definida, tus aventuras delincuenciales,
tus dejos de emoción tratando de llegar a la arrogancia.
Esta mañana leí en las noticias la llegada de un virus letal,
de nombre: coronavirus o covid-19 o “virus creado en laboratorio
para iniciar la tercera guerra mundial biológica”;
leí que calles y aeropuertos se encuentran desolados,
hermosos parques solitarios rendidos a pájaros y serpientes.
Brilla el sol en la espléndida mañana, y los obreros piensan
que la vida es del que cuenta con la suerte de vivir,
que no vale la pena cuidarse de los murciélagos,
pues sus vuelos son impredecibles y sus colmillos indetectables.
Esta otra mañana leí que el coronavirus de acercó a mi barrio
e hizo que una bandada de golondrinas se fugara hacia el infierno.
Hoy viernes hasta el próximo lunes si no vuelve a sangrar la herida
estaré en cuarentena, alejado de las bellas vecinas presuntuosas,
y me ladran los malditos perros que desean su ración de restos
(arañan mi puerta metálica reclamando, exigiendo la costumbre
que yo, imbécil, fui instaurando en un rincón de la vereda).
Pero no creo que deba hablar solo del despreciable virus,
como si fuera yo un político que busca distraer al pueblo
de los ingentes problemas sociales: pobreza, hambre, corrupción.
Los avisos publicitarios muestran los buenos proyectos oficiales
con una antorcha encendida en la mano que nunca se apaga;
y Cristo que no aparece para salvarnos de los temblores
y de los demonios que juegan a torcer nuestros brazos.
Ya no creo en las sirenas, en las bellas mecanógrafas con anteojos,
ya no creo que la tierra pueda reverdecer sin gritos de guerra,
sin directores de banco farsantes, sin sacerdotes llenos de lujuria.
Sufro el calor de Dante, y bajo los escalones llevando mis quejas.
Estoy cansado de oír los discursos de mafiosos venerables
que te escupen en la cara el honor, la honradez, la buena madre que tuvieron,
y también el amor como una gracia de familia bien educada,
y también haber disfrutado de su existencia sin insomnios,
Y también aquí estás en América del Sur, probablemente en Paraguay,
escuchando cantar polcas en los bares de los suburbios,
como un traficante barato acuciado por la dependencia.
Sufro --mierda que sufro--, la mentira del amor, la traza del planeta,
y nuestro Dios que agoniza en los brazos de madres que amamantan a sus hijos
y usa una violeta peluca para disimular su santidad.
Ay, ay, ay, mis ojos se llenan de lágrimas, de horror en cajas de pizzas,
por volver a mi país como un emigrante fracasado, sin ahorros,
expulsado por el color de mi piel, por mi rasgo indígena.
Váyanse a la puta, malditos desgraciados, insensibles, inhumanos,
muy pronto las estrellas se encargarán de vuestras fortunas;
muy pronto el rencor será ira, y la ira será un policía desertor.
Vengan a beber conmigo en la bodega de la Filomena,
la que parió veintisiete veces para la gloria de Sudamérica.
Vengan que hasta la más fea, hasta la más marrón, tiene
una sonrisa encantadora y una actitud desenfrenada para el sexo.
Bebamos, brindemos, y hagamos que el mundo sea de nuevo
una esperanza, una caza de mamuts, un infinito inexplorado.
Quieres un orgasmo de emociones que logre
recomponer el mundo desde el mundo antiguo,
y lo llene de nuevos puentes y nuevas torres de babeles.
¡Ah, qué hermoso sería suicidar al hombre moderno
y crear nuevos cuerpos, nuevos rostros, bellos
como las estatuas griegas, pero rebosantes de vida!
Estás cansado de este mundo moderno autoflagelado,
harto de vivir en la pugna de psicópatas poderosos.
Aquí, hasta los medios parecen monstruos inmorales,
voraces que degluten tu cerebro luego de vilipendiarte,
y las parroquias mañana ordenarán misas. La religión
siempre se mantiene como la heroína de los ajusticiados
y te repone la vida eterna con abundante cristianismo.
Pobre Europa: no eres ya medieval con tu poder omnipotente,
castrando ardientes sacerdotes viriles en medio de la cópula,
y escondiendo sacerdotes pederastas debajo de los púlpitos.
Hoy toda la lujuria de los santos se ha hecho evidente
Y ni el papa Francisco niega ya el maldito escozor de la libido.
Y a ti las redes sociales te observan y registran tu conducta
vergonzosa que no puedes confesar en los confesionarios.
Han hecho de ti registros, catálogos, prontuarios
que te acusan muy fuerte con música en los discos duros.
Ahí se encuentra apretujado en un archivo compilado
toda la historia de tus amaneceres con tus putas feas,
y están tus retratos abrazando, besando, sonriendo
con tu sexualidad bien definida, tus aventuras delincuenciales,
tus dejos de emoción tratando de llegar a la arrogancia.
Esta mañana leí en las noticias la llegada de un virus letal,
de nombre: coronavirus o covid-19 o “virus creado en laboratorio
para iniciar la tercera guerra mundial biológica”;
leí que calles y aeropuertos se encuentran desolados,
hermosos parques solitarios rendidos a pájaros y serpientes.
Brilla el sol en la espléndida mañana, y los obreros piensan
que la vida es del que cuenta con la suerte de vivir,
que no vale la pena cuidarse de los murciélagos,
pues sus vuelos son impredecibles y sus colmillos indetectables.
Esta otra mañana leí que el coronavirus de acercó a mi barrio
e hizo que una bandada de golondrinas se fugara hacia el infierno.
Hoy viernes hasta el próximo lunes si no vuelve a sangrar la herida
estaré en cuarentena, alejado de las bellas vecinas presuntuosas,
y me ladran los malditos perros que desean su ración de restos
(arañan mi puerta metálica reclamando, exigiendo la costumbre
que yo, imbécil, fui instaurando en un rincón de la vereda).
Pero no creo que deba hablar solo del despreciable virus,
como si fuera yo un político que busca distraer al pueblo
de los ingentes problemas sociales: pobreza, hambre, corrupción.
Los avisos publicitarios muestran los buenos proyectos oficiales
con una antorcha encendida en la mano que nunca se apaga;
y Cristo que no aparece para salvarnos de los temblores
y de los demonios que juegan a torcer nuestros brazos.
Ya no creo en las sirenas, en las bellas mecanógrafas con anteojos,
ya no creo que la tierra pueda reverdecer sin gritos de guerra,
sin directores de banco farsantes, sin sacerdotes llenos de lujuria.
Sufro el calor de Dante, y bajo los escalones llevando mis quejas.
Estoy cansado de oír los discursos de mafiosos venerables
que te escupen en la cara el honor, la honradez, la buena madre que tuvieron,
y también el amor como una gracia de familia bien educada,
y también haber disfrutado de su existencia sin insomnios,
Y también aquí estás en América del Sur, probablemente en Paraguay,
escuchando cantar polcas en los bares de los suburbios,
como un traficante barato acuciado por la dependencia.
Sufro --mierda que sufro--, la mentira del amor, la traza del planeta,
y nuestro Dios que agoniza en los brazos de madres que amamantan a sus hijos
y usa una violeta peluca para disimular su santidad.
Ay, ay, ay, mis ojos se llenan de lágrimas, de horror en cajas de pizzas,
por volver a mi país como un emigrante fracasado, sin ahorros,
expulsado por el color de mi piel, por mi rasgo indígena.
Váyanse a la puta, malditos desgraciados, insensibles, inhumanos,
muy pronto las estrellas se encargarán de vuestras fortunas;
muy pronto el rencor será ira, y la ira será un policía desertor.
Vengan a beber conmigo en la bodega de la Filomena,
la que parió veintisiete veces para la gloria de Sudamérica.
Vengan que hasta la más fea, hasta la más marrón, tiene
una sonrisa encantadora y una actitud desenfrenada para el sexo.
Bebamos, brindemos, y hagamos que el mundo sea de nuevo
una esperanza, una caza de mamuts, un infinito inexplorado.