Madrigueras y abnegación
Publicado: Lun, 24 Feb 2020 9:41

Nos conocimos pronto, o tarde -qué sabrán
los científicos del tiempo-,
cuando brillaba el hálito de ese animal oscuro
que es la nostalgia -Nunca cambia de forma, ni persona-,
mientras los caserones se pasaban de moda,
tu tendencia pirómana, oculta en la humedad,
y en los bosques sin tráfico de piel
se volvía alimento.
Allí no llega el polvo, me dijiste,
en aquella clepsidra, incapaz de encerrarte en mi burbuja.
No hay tendencia en el tiempo, en tu carmín,
y te ofrecí mi pluma a cambio de tus lápices de ojos.
Pero donde el amor es imposible, siempre quedan los tercos tropezones,
y como un resbalón o un tobogán,
se separan del sino de su cuerpo, o se unen a un mal presentimiento.
No hay ceniza en el fuego para mí.
Ella es libre, me dije, libre de desnudarme con arena.
Y tu boca de un sorbo -Boca de la que bebe
el ácido, que me dejó sin capas.-,
me acostumbró a perderte, no una vez,
ni cincuenta, ni mil.
Me acostumbró a perder colores en la nieve,
animales furtivos cavaron agujeros,
hasta sus cazadores.
Y me dije aquel día en el espejo,
donde los yacimientos son caóticos,
que la condescendencia de la tierra
tuvo que hundirme en ti,
aunque no lo admitiera,
susurros de tu sombra,
ondas de tus mechones,
y el confín de tu cuerpo, afilando mi olfato
me vencieron - Sin poder convencerme.-.
los científicos del tiempo-,
cuando brillaba el hálito de ese animal oscuro
que es la nostalgia -Nunca cambia de forma, ni persona-,
mientras los caserones se pasaban de moda,
tu tendencia pirómana, oculta en la humedad,
y en los bosques sin tráfico de piel
se volvía alimento.
Allí no llega el polvo, me dijiste,
en aquella clepsidra, incapaz de encerrarte en mi burbuja.
No hay tendencia en el tiempo, en tu carmín,
y te ofrecí mi pluma a cambio de tus lápices de ojos.
Pero donde el amor es imposible, siempre quedan los tercos tropezones,
y como un resbalón o un tobogán,
se separan del sino de su cuerpo, o se unen a un mal presentimiento.
No hay ceniza en el fuego para mí.
Ella es libre, me dije, libre de desnudarme con arena.
Y tu boca de un sorbo -Boca de la que bebe
el ácido, que me dejó sin capas.-,
me acostumbró a perderte, no una vez,
ni cincuenta, ni mil.
Me acostumbró a perder colores en la nieve,
animales furtivos cavaron agujeros,
hasta sus cazadores.
Y me dije aquel día en el espejo,
donde los yacimientos son caóticos,
que la condescendencia de la tierra
tuvo que hundirme en ti,
aunque no lo admitiera,
susurros de tu sombra,
ondas de tus mechones,
y el confín de tu cuerpo, afilando mi olfato
me vencieron - Sin poder convencerme.-.