Carnaval de Venecia
Publicado: Lun, 24 Feb 2020 6:08
A lo lejos
la plaza de San Marcos.
Descienden en góndola
dos parejas con máscaras.
La primera es de Gnaga.
Ellos
pueden maullar y pronunciar obscenidades.
Les está permitido transgredir.
La segunda pareja va de rojo.
Ella no puede hablar.
Sujeta con sus dientes
la oscura negra máscara.
Es la Sirvienta Muda.
Él va con otra máscara
de Médico de la Peste.
Sonríen muy despacio
con la ciudad vestida de artificio.
Se bajan y se apoyan sobre un puente.
Es el de los suspiros.
Otra pareja de blanco
lleva la máscara Larva.
Posan despacio contra un muro.
Hay dos hombres vestidos de morado
con las máscaras Bauta.
Conversan y sonríen bajo las nubes rosas.
Avanzando por calles
vemos a otra pareja.
Ella lleva la máscara Columbia
y un vestido naranja muy fastuoso.
Él en cambio se cubre
con máscara de Zanni.
Y al final sobre un banco
se observa a Pantalone y Arlequín
en dos muchachos jóvenes.
Todos van ataviados
con lujo y elegancia.
Mientras,
Venecia ha regresado a otra época,
al siglo XVIII.
Los relojes se han vuelto del revés
y se respira música
antigua en las ventanas de las casas.
La magia y la ilusión entre la gente.
El espíritu lúdico del mundo
sobre edificios llenos de memoria
en este siglo que luce como el viento.
Dos hombres sobre zancos
y el milagro de todos los febreros.
Vestir a la ciudad de color y de gala
como para acudir a una gran fiesta.
Es la celebración del Carnaval,
sumergida en el silencio
que rompe las censuras habituales
con el anonimato del disfraz
y los permisos tácitos;
para saltarse en nombre del ritual
las normas que aprisionan
los sentimientos lúbricos del hambre,
la sed y la lujuria.
Ana Muela Sopeña
la plaza de San Marcos.
Descienden en góndola
dos parejas con máscaras.
La primera es de Gnaga.
Ellos
pueden maullar y pronunciar obscenidades.
Les está permitido transgredir.
La segunda pareja va de rojo.
Ella no puede hablar.
Sujeta con sus dientes
la oscura negra máscara.
Es la Sirvienta Muda.
Él va con otra máscara
de Médico de la Peste.
Sonríen muy despacio
con la ciudad vestida de artificio.
Se bajan y se apoyan sobre un puente.
Es el de los suspiros.
Otra pareja de blanco
lleva la máscara Larva.
Posan despacio contra un muro.
Hay dos hombres vestidos de morado
con las máscaras Bauta.
Conversan y sonríen bajo las nubes rosas.
Avanzando por calles
vemos a otra pareja.
Ella lleva la máscara Columbia
y un vestido naranja muy fastuoso.
Él en cambio se cubre
con máscara de Zanni.
Y al final sobre un banco
se observa a Pantalone y Arlequín
en dos muchachos jóvenes.
Todos van ataviados
con lujo y elegancia.
Mientras,
Venecia ha regresado a otra época,
al siglo XVIII.
Los relojes se han vuelto del revés
y se respira música
antigua en las ventanas de las casas.
La magia y la ilusión entre la gente.
El espíritu lúdico del mundo
sobre edificios llenos de memoria
en este siglo que luce como el viento.
Dos hombres sobre zancos
y el milagro de todos los febreros.
Vestir a la ciudad de color y de gala
como para acudir a una gran fiesta.
Es la celebración del Carnaval,
sumergida en el silencio
que rompe las censuras habituales
con el anonimato del disfraz
y los permisos tácitos;
para saltarse en nombre del ritual
las normas que aprisionan
los sentimientos lúbricos del hambre,
la sed y la lujuria.
Ana Muela Sopeña