Viaje hacia un sueño
Publicado: Sab, 22 Feb 2020 19:18
"Señores pasajeros: su viaje ha terminado". La voz del conductor de autobús le despertó. Había sido un viaje largo, ahondando en el paisaje de su memoria y, al final, vencido por el cansancio, se quedó dormido.
Caminaba desorientado desde la estación en dirección a su casa, recordando el extraño sueño que tuvo durante el trayecto: Soñó que era un solitario vendedor de golosinas del parque Central. Tenía un puesto ambulante y un aire de perdedor deslavazado. Sus únicas compañías eran un viejo repartidor de prensa y una botella de orujo, y su mayor desafío, llegar a la noche sin que nadie le recordase que estaba acabado.
Temblaba al pensar en esa pesadilla. La vida había sido espléndida con él. Era uno de los mejores matemáticos del país, casado con la única mujer a la que quiso: la hermosa Clara. Viviendo en una casa de película, cuyo jardín fue rescatado del paraíso.
Al fin la divisó al fondo, extrañado de encontrársela totalmente a oscuras porque su mujer siempre lo esperaba levantada, toda la noche si fuera necesario.
—¡Clara, ya estoy de vuelta! —gritó impaciente, esperando que la armoniosa voz de ella calmase, de golpe, sus temerarias sospechas—. Abre, cariño, soy yo.
Pero solo los latidos de su corazón, cada vez más acelerado, conseguían romper el alarmante silencio de aquella noche de verano. En ese momento, alguien abrió la ventana del dormitorio principal. Sin embargo, no era Clara la que se dejaba ver entre las cortinas.
—¿Está usted loco? —gritó con gesto amenazador el inquilino—. ¿No se da cuenta de que son las tres de la mañana?
—¿Qué hace usted en mi casa? ¿Dónde está Clara?
—¡Aquí no hay nadie con ese nombre, lárguese a molestar a otro sitio, cretino!
Aturdido se dirigió a la comisaría. Una sensación de tristeza le empapó nada más entrar. Dos policías lo miraron con algo que a él le pareció desprecio:
—Buenas noches —saludó esperando otro tipo de recibimiento—, soy Luis Yustos. Alguien ha aprovechado mi ausencia para entrar en mi casa y secuestrar a mi mujer. Vivo en el camino de San Isidro, en la casa de rejas verdes, la de la fuente de...
—Cada día están ustedes más chiflados —le interrumpió el policía más joven— esa casa es propiedad del arquitecto Alberto Medina.
—Pero, ¿No se dan cuenta de que soy una persona importante? Seguro de que alguien me quiere hundir. ¿Quién se ocupa aquí de las operaciones de rescate? Mi mujer está en peligro. ¡Tienen que hacer algo ya!
—Sí. Y yo soy San José y vivía con la virgen hasta que nos embargaron el portal —se burló mientras lo empujaba hacia la puerta.
Tras el portazo, oyó las crueles risas de los agentes. Después de la terrible injusticia, anduvo durante horas con la esperanza de que la luz del día aclarase su desconcierto.
La ciudad se enfrentaba al nuevo día ajena a la nueva tragedia que pisaba sus calles.
—Luego pasaré por el puesto a por lo que te encargué. Siete bolsas de cumpleaños —comentó un viandante.
El grito de Luis fue un alarido desesperado.
—¿Qué haces? ¿Has perdido el juicio? —le increpó un viejo de ojos color aguardiente.
—No, no he perdido el juicio. He perdido mi casa y mi mujer. ¿Podría ser peor?
Apenas había terminado la frase cuando la estampa de aquel hombre le hizo palidecer. Era el compañero de su sueño, el que repartía periódicos en el parque, su veterano consejero.
Su original sueño se había convertido en una pesadilla real. Extraviado en su tierra y forastero en un mundo real lleno de pobreza. Anduvo hasta la estación que le vio fracasar, con la esperanza de que lo transportase a lugar al que pertenecía. Varios autobuses llegaron. Rostros anónimos tal vez sin futuro, pero sí con un pasado. Y mientras imaginaba sus vidas, se durmió.
Entonces soñó de nuevo que era un matemático reconocido y respetado, casado con una bella mujer y viviendo en una casa de rejas verdes.
Y cuando despertó de su sueño, despertó también a la amarga realidad que solo podía cambiar mientras dormía.
Su viaje, ahora sí, había terminado.
Caminaba desorientado desde la estación en dirección a su casa, recordando el extraño sueño que tuvo durante el trayecto: Soñó que era un solitario vendedor de golosinas del parque Central. Tenía un puesto ambulante y un aire de perdedor deslavazado. Sus únicas compañías eran un viejo repartidor de prensa y una botella de orujo, y su mayor desafío, llegar a la noche sin que nadie le recordase que estaba acabado.
Temblaba al pensar en esa pesadilla. La vida había sido espléndida con él. Era uno de los mejores matemáticos del país, casado con la única mujer a la que quiso: la hermosa Clara. Viviendo en una casa de película, cuyo jardín fue rescatado del paraíso.
Al fin la divisó al fondo, extrañado de encontrársela totalmente a oscuras porque su mujer siempre lo esperaba levantada, toda la noche si fuera necesario.
—¡Clara, ya estoy de vuelta! —gritó impaciente, esperando que la armoniosa voz de ella calmase, de golpe, sus temerarias sospechas—. Abre, cariño, soy yo.
Pero solo los latidos de su corazón, cada vez más acelerado, conseguían romper el alarmante silencio de aquella noche de verano. En ese momento, alguien abrió la ventana del dormitorio principal. Sin embargo, no era Clara la que se dejaba ver entre las cortinas.
—¿Está usted loco? —gritó con gesto amenazador el inquilino—. ¿No se da cuenta de que son las tres de la mañana?
—¿Qué hace usted en mi casa? ¿Dónde está Clara?
—¡Aquí no hay nadie con ese nombre, lárguese a molestar a otro sitio, cretino!
Aturdido se dirigió a la comisaría. Una sensación de tristeza le empapó nada más entrar. Dos policías lo miraron con algo que a él le pareció desprecio:
—Buenas noches —saludó esperando otro tipo de recibimiento—, soy Luis Yustos. Alguien ha aprovechado mi ausencia para entrar en mi casa y secuestrar a mi mujer. Vivo en el camino de San Isidro, en la casa de rejas verdes, la de la fuente de...
—Cada día están ustedes más chiflados —le interrumpió el policía más joven— esa casa es propiedad del arquitecto Alberto Medina.
—Pero, ¿No se dan cuenta de que soy una persona importante? Seguro de que alguien me quiere hundir. ¿Quién se ocupa aquí de las operaciones de rescate? Mi mujer está en peligro. ¡Tienen que hacer algo ya!
—Sí. Y yo soy San José y vivía con la virgen hasta que nos embargaron el portal —se burló mientras lo empujaba hacia la puerta.
Tras el portazo, oyó las crueles risas de los agentes. Después de la terrible injusticia, anduvo durante horas con la esperanza de que la luz del día aclarase su desconcierto.
La ciudad se enfrentaba al nuevo día ajena a la nueva tragedia que pisaba sus calles.
—Luego pasaré por el puesto a por lo que te encargué. Siete bolsas de cumpleaños —comentó un viandante.
El grito de Luis fue un alarido desesperado.
—¿Qué haces? ¿Has perdido el juicio? —le increpó un viejo de ojos color aguardiente.
—No, no he perdido el juicio. He perdido mi casa y mi mujer. ¿Podría ser peor?
Apenas había terminado la frase cuando la estampa de aquel hombre le hizo palidecer. Era el compañero de su sueño, el que repartía periódicos en el parque, su veterano consejero.
Su original sueño se había convertido en una pesadilla real. Extraviado en su tierra y forastero en un mundo real lleno de pobreza. Anduvo hasta la estación que le vio fracasar, con la esperanza de que lo transportase a lugar al que pertenecía. Varios autobuses llegaron. Rostros anónimos tal vez sin futuro, pero sí con un pasado. Y mientras imaginaba sus vidas, se durmió.
Entonces soñó de nuevo que era un matemático reconocido y respetado, casado con una bella mujer y viviendo en una casa de rejas verdes.
Y cuando despertó de su sueño, despertó también a la amarga realidad que solo podía cambiar mientras dormía.
Su viaje, ahora sí, había terminado.