A Rafel, a su amor por su bohemia, más o menos loca, Con mucho cariño, brindo por él, de todo corazón, es mi valedor.
como un cuadro del viejo Chagall,
corrompiéndose al centro del miedo
y yo, que no soy bueno, me puse a llorar.
(Silvio Rodríguez - Óleo de mujer con sombrero)
Llega un rumor
de silencio que se abraza a tu figura
cuando pasa el último autobús de la frontera
y mantengo en la memoria
de tu mirada el misterio del olivo silvestre,
me miro en un espejo asustado
y los muelles se alejan entre la bruma de la noche
y la muerte de los besos
que se hunden en el asfalto de la carretera herida
y en la huella de las farolas
que se imprime en los nombres de las fábricas.
Te amo en este rincón de la ciudad que duerme
y aprisiona los sueños perdidos de un pasado
que sería distinto
sin tu aliento en los carteles y los cristales,
sin la caricia que guardas en el regazo de la luna;
yo no hablaría de los faros que nublan la garganta
con la huella estridente de un canto sobre las tejas,
no hallaríamos las portadas escondidas
en la humareda cargada
de los lunes cenicientos sin papeles y sin rastro,
te acosaría el alma de la primera sonrisa
que no supo esperarte
en la herrumbre que llora la sed de las cancelas
de tu puerto desencajado en los bosques de ladrillo
vencidos por la nostalgia
de tus manos ardientes en el suelo y en las tizas
cuando jugar era serio y nunca hacía daño.
Vago en la quietud atormentada
de los muros encalados
que suben la implacable costana de Ribalta
y en el temblor errante
de las luces encalladas que rezan en los umbrales
de la última puerta que se abre en el olvido.
En ese momento que has llenado de estrellas furtivas
me levanto como un hombre desmaquillado
que se abraza a la cola que tiembla en otra luna
intentando encontrar
tu destello en la noche del índigo caído
que hiere su soledad con una lágrima oscura
para llevar tu timidez antigua a un rincón de los lienzos
que esbozan un corazón amortajado
en una cometa inocente y desnortada
que nunca llega a alcanzar el lugar alto en donde vibras,
aun así te persigo en un norte sin brújula
que se pierde en el marco del óleo que tú amabas,
te abrazo en la cortina que desgarra el clamor de tu vestido
entre las sombras de los gatos que resisten
en los colchones viejos y en las sillas rasgadas
de la colonia desnuda del taller arrasado,
en el poema que hablabas de la libertad en el viento.