Mujer
Publicado: Dom, 09 Feb 2020 23:34
MARÍA era muy reservada; no le gustaba contar su vida pero, claro, a la doctora tuvo que explicarle: “ tengo cincuenta y cinco años, me casé a los veintidós, tengo cinco hijos; cada día me levanto a las siete de la mañana, trabajo siempre en casa y a veces también fuera, y a pesar de los treinta y tres años de matrimonio aún disfruto cuando los ojos de mi marido se asoman a los míos. Lo único que me preocupa es esta tos que no me abandona desde hace un mes.
ÚRSULA quedó reflexionando sobre el historial de María y ello la llevó a pensar en su propia vida. ¿Cómo creer que tras veinte años juntos, con proyectos comunes forjados desde la universidad, donde se conocieron, su marido la hubiera abandonado casi sin dar explicaciones?
El sonido del teléfono la devolvió al mundo. Era su “tata” pidiéndole la tarde libre.
—Claro Julia, no hay problema, yo recojo a los niños después de clase.
JULIA, después de cincuenta años en la casa, era como de la familia. Sabía que Ursula no le iba a negar la tarde con su sobrina. Esa sobrina a la que dedicó todo su cariño tanto como sus ahorros. Primero dieron un paseo por la orilla del río y luego tomaron un chocolate con churros para combatir el frío invernal. Elvira, como siempre, con porras.
ELVIRA, antes de ir a casa, recogió de la copistería unos apuntes para su novio, el cual, instalado en su vida hacia ya algún tiempo, ahora, con la disculpa de las oposiciones, se había instalado también en su casa y, naturalmente, a su costa. Al llegar, encontró un mensaje en el contestador: “hoy procura llegar antes al gimnasio. Chao”.
ROSA había llevado al gimnasio bebidas y canapés para celebrar su ascenso. Cómo analista de programas había progresado rápidamente en la empresa, de alta tecnología, en la que trabajaba.
Todos brindaban por ella y por su carrera.
—Brindemos ahora por otra cosa —dijo Rosa.
—¿Por la libertad o por la salud? —preguntaron los demás.
—Por la libertad naturalmente —dijo Rosa con firmeza, ignorando que esa misma mañana a su madre, María, le habían detectado una enfermedad incurable.
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ÚRSULA quedó reflexionando sobre el historial de María y ello la llevó a pensar en su propia vida. ¿Cómo creer que tras veinte años juntos, con proyectos comunes forjados desde la universidad, donde se conocieron, su marido la hubiera abandonado casi sin dar explicaciones?
El sonido del teléfono la devolvió al mundo. Era su “tata” pidiéndole la tarde libre.
—Claro Julia, no hay problema, yo recojo a los niños después de clase.
JULIA, después de cincuenta años en la casa, era como de la familia. Sabía que Ursula no le iba a negar la tarde con su sobrina. Esa sobrina a la que dedicó todo su cariño tanto como sus ahorros. Primero dieron un paseo por la orilla del río y luego tomaron un chocolate con churros para combatir el frío invernal. Elvira, como siempre, con porras.
ELVIRA, antes de ir a casa, recogió de la copistería unos apuntes para su novio, el cual, instalado en su vida hacia ya algún tiempo, ahora, con la disculpa de las oposiciones, se había instalado también en su casa y, naturalmente, a su costa. Al llegar, encontró un mensaje en el contestador: “hoy procura llegar antes al gimnasio. Chao”.
ROSA había llevado al gimnasio bebidas y canapés para celebrar su ascenso. Cómo analista de programas había progresado rápidamente en la empresa, de alta tecnología, en la que trabajaba.
Todos brindaban por ella y por su carrera.
—Brindemos ahora por otra cosa —dijo Rosa.
—¿Por la libertad o por la salud? —preguntaron los demás.
—Por la libertad naturalmente —dijo Rosa con firmeza, ignorando que esa misma mañana a su madre, María, le habían detectado una enfermedad incurable.
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