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Vendrá la muerte y tendrá tus ojos...
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.
Versión de Carles José i Solsora
Admiro con verdadera devoción a Pavese, no tanto al novelista sincero que supo reflejar el alma de las mujeres a las que no conocía pero las vivía entre la niebla, de ahí que la misoginia que reflejó en su famoso diario solo transmitiera su impotencia para establecer relaciones sentimentales, y el recuerdo de la educación inflexible que recibió de la amargura de su madre, al traductor esplendoroso que le entregó a los italianos, con fidelidad y con arte, el cachalote albino que sigue el impulso de su naturaleza o al poeta que creó un tipo de poesía, realista y tierna, que oponer al triunfalismo vacuo de aquellos que se plegaron a los delirios de gloria del Duce, como al hombre que era consciente de que la felicidad no puede lograrse, pero sí la paz, sí el amor que el mundo le negó hasta en su última primavera.
Cuando vuelvo al albergue
siempre escucho la ausencia de la voz que me hiere,
ya no tiene sentido evocar la palabra
que nunca sonará, o esperar que regrese
y se quede en la estancia
donde habita ese libro que no comprende nadie.
(F. E. León)
Lo único que puedo reprocharle, y esto lo dice alguien que tiene una frase del sombrío Philip Larkin entre las que le han provocado una sonrisa, es su falta de sentido del humor, pero hasta en eso fue sincero, fiel y honesto a lo que no supo explicarse a sí mismo; las personas con apetencia de muerte se toman demasiado en serio la vida, no es extraño que aparezcan un día vestidos y sin zapatos sobre la cama de un hotel esperando que les cierren los ojos para no verse más y dejen, en una mesa, un libro abierto que nunca podrá cerrarse.