Tríptico del amor
Publicado: Sab, 18 Ene 2020 23:30
I
Llegas, hondo latir, con la pureza
tan limpia y transparente de la llama,
con el álgido canto que reclama
la pulsión anhelante y su grandeza.
Y te encarnas, amor, y se adereza
de tu verdad mi corazón en rama.
Y mi sentir en ti se arbola y ama,
y ungida en plenitud el alma reza.
Bajo tu intensa claridad de faro
me apropio de tu puerto, amanecida
de una meta fecunda en el sendero.
Y mi codicia de ladrón avaro
su intrepidez acaba con mi vida
¡ya para siempre tuya por entero!
II
Porque te quiero y tú también me quieres,
la fértil noche, que en mi sueño vive
prendida en tu mirar, me reescribe
como una irisación de amaneceres.
Nada temo contigo. Mis poderes
se hallan en ti. Y en ti donde se exhibe
—fuente de luz en ascuas—el aljibe
de tus ojos, yo soy porque tú eres.
No cabe en mí dolor ni desconsuelo
cuando sé que me ves como me ves:
alta piedad, como se mira al cielo,
es tu mirada en mi mirada, y es
si el ala se consume en el envés
del aire encadenado, el propio vuelo.
III
Aura de mies, un íntimo destello
te me hace mar y hacia mi faro riela.
Bogo en él y a sus aguas, centinela,
rindo mi boca y mis suspiros sello.
El álabe doliente de tu cuello,
aunque nos llueve otoño, es dulce estela;
tus pasos, cuando rencos, de gacela,
y es un trigal de brotes tu cabello.
Libo en la alta noche tu milagro.
Con el temor a despertar a oscuras
alzo al cielo mi ofrenda por tenerte.
Y amanezco y estás y te consagro.
¡Oh cárceles de luz sin ataduras,
qué floración de vida ante la muerte!
Llegas, hondo latir, con la pureza
tan limpia y transparente de la llama,
con el álgido canto que reclama
la pulsión anhelante y su grandeza.
Y te encarnas, amor, y se adereza
de tu verdad mi corazón en rama.
Y mi sentir en ti se arbola y ama,
y ungida en plenitud el alma reza.
Bajo tu intensa claridad de faro
me apropio de tu puerto, amanecida
de una meta fecunda en el sendero.
Y mi codicia de ladrón avaro
su intrepidez acaba con mi vida
¡ya para siempre tuya por entero!
II
Porque te quiero y tú también me quieres,
la fértil noche, que en mi sueño vive
prendida en tu mirar, me reescribe
como una irisación de amaneceres.
Nada temo contigo. Mis poderes
se hallan en ti. Y en ti donde se exhibe
—fuente de luz en ascuas—el aljibe
de tus ojos, yo soy porque tú eres.
No cabe en mí dolor ni desconsuelo
cuando sé que me ves como me ves:
alta piedad, como se mira al cielo,
es tu mirada en mi mirada, y es
si el ala se consume en el envés
del aire encadenado, el propio vuelo.
III
Aura de mies, un íntimo destello
te me hace mar y hacia mi faro riela.
Bogo en él y a sus aguas, centinela,
rindo mi boca y mis suspiros sello.
El álabe doliente de tu cuello,
aunque nos llueve otoño, es dulce estela;
tus pasos, cuando rencos, de gacela,
y es un trigal de brotes tu cabello.
Libo en la alta noche tu milagro.
Con el temor a despertar a oscuras
alzo al cielo mi ofrenda por tenerte.
Y amanezco y estás y te consagro.
¡Oh cárceles de luz sin ataduras,
qué floración de vida ante la muerte!