Así los veranos, la vida entonces
Publicado: Vie, 17 Ene 2020 2:09
Sin metáforas ni palabras cultas, era todo tan sencillo...
El verano era el pueblo.
No sabíamos de viajes ni playas,
sólo abuelos y tíos para degustar pan de hogaza auténtica,
disfrutar la fresca de la noche, pasear bajo las estrellas
y seducirnos del misterio de la luna,
de leyendas antiguas: el velador que andaba,
un castillo de brujas… Todo era emoción bajo el silencio.
Disfrutábamos del viento azul, color y aroma de los días,
de ver abrevar las vacas, llenar cántaros de agua
y botijos para la sed.
El vino en la bodega, fresco,
trabado para masticar licor de uvas,
-por entonces el vino se mascaba-
Para nosotros, ir bajo tierra era aventura misteriosa
donde toneles despedían aromas sin olvido.
Recogíamos huevos del gallinero
asustados por el revoloteo de las gallinas entre las piernas,
ordeñábamos las cabras con destreza aprendida
y lavábamos en el río con agua que serpenteaba clara
del manantial a las manos.
Íbamos de excursión sentados en maderos
acondicionados en un carro
Nadie sentía la incomodidad de su dureza
ni los baches que golpeaban a menudo los glúteos macerados.
Se respiraba la alegría del momento, y era suficiente.
¡Qué felices cortando enormes calabazas y jugando a las tabas!
Bastaba una muñeca, no había necesidad de familia numerosa
para ser madre y acunar el sueño.
No teníamos edad para comprender qué era “el todo”,
éramos el todo sin saberlo.
Nosotros y el viento, el sol en las mejillas, las flores de los campos
con color y aroma, la fruta del árbol, los gorjeos del amanecer,
animales cumpliendo su ciclo, el pasear de hormigas- su carga-
arañas que salían entre piedras a por presas.
No sentíamos la separación. Familia, naturaleza y vida
era en nosotros la propia piel.
El tiempo cambia, las experiencias mueren
por evolución y tecnología.
Ahora los mayores, nos acercamos a la infancia
asimilando retos de este tiempo.
Hoy arrimamos el parque a nuestras vidas,
-la parte de naturaleza que disfruta la ciudad-
para sentir la madre de las madres.
Ella siempre lo es, aunque persista en su mandato como un ser frío
dueña del fuego, huracanes y lluvia.
Pero en ella y con ella continúa la vida.
El verano era el pueblo.
No sabíamos de viajes ni playas,
sólo abuelos y tíos para degustar pan de hogaza auténtica,
disfrutar la fresca de la noche, pasear bajo las estrellas
y seducirnos del misterio de la luna,
de leyendas antiguas: el velador que andaba,
un castillo de brujas… Todo era emoción bajo el silencio.
Disfrutábamos del viento azul, color y aroma de los días,
de ver abrevar las vacas, llenar cántaros de agua
y botijos para la sed.
El vino en la bodega, fresco,
trabado para masticar licor de uvas,
-por entonces el vino se mascaba-
Para nosotros, ir bajo tierra era aventura misteriosa
donde toneles despedían aromas sin olvido.
Recogíamos huevos del gallinero
asustados por el revoloteo de las gallinas entre las piernas,
ordeñábamos las cabras con destreza aprendida
y lavábamos en el río con agua que serpenteaba clara
del manantial a las manos.
Íbamos de excursión sentados en maderos
acondicionados en un carro
Nadie sentía la incomodidad de su dureza
ni los baches que golpeaban a menudo los glúteos macerados.
Se respiraba la alegría del momento, y era suficiente.
¡Qué felices cortando enormes calabazas y jugando a las tabas!
Bastaba una muñeca, no había necesidad de familia numerosa
para ser madre y acunar el sueño.
No teníamos edad para comprender qué era “el todo”,
éramos el todo sin saberlo.
Nosotros y el viento, el sol en las mejillas, las flores de los campos
con color y aroma, la fruta del árbol, los gorjeos del amanecer,
animales cumpliendo su ciclo, el pasear de hormigas- su carga-
arañas que salían entre piedras a por presas.
No sentíamos la separación. Familia, naturaleza y vida
era en nosotros la propia piel.
El tiempo cambia, las experiencias mueren
por evolución y tecnología.
Ahora los mayores, nos acercamos a la infancia
asimilando retos de este tiempo.
Hoy arrimamos el parque a nuestras vidas,
-la parte de naturaleza que disfruta la ciudad-
para sentir la madre de las madres.
Ella siempre lo es, aunque persista en su mandato como un ser frío
dueña del fuego, huracanes y lluvia.
Pero en ella y con ella continúa la vida.