Tela de araña
Publicado: Mié, 15 Ene 2020 23:08
— I —
Es bonito tener invitados en casa.
De repente, la familia (esa familia rota de la que tanto aprendo) asciende a un número impreciso y, todo cobra sentido en torno a los nuevos miembros.
Cuando comemos con invitados me enternece de forma inefable la absoluta confianza que depositan en nosotros. Aprueban nuestros esfuerzos de antemano y el éxito así es demasiado fácil. La idea de un propósito malvado o, simplemente, un descuido ocasionado por la falta de interés, se les antoja inconcebible. Ingieren lo ofrecido sin apenas mirarlo y mastican como si supieran su método de elaboración.
Es entonces cuando me siento sucia, porque con tanto trajín no me ha dado tiempo a ducharme. En mi interior siento la invasión de su presencia. Mi anulada intimidad pide venganza y descuido la colocación del pan en una cestita de mimbre o presento, en el centro de la mesa, un vino contrario al buen maridaje.
Pero cuando examino sus caras y ella descalza, sigilosamente, sus juanetes de los tacones por debajo de la mesa y él desplaza dos agujeros más allá la hebilla del cinturón, veo compensado el insignificante estrés físico y mental que suponen estos encuentros familiares.
Pienso en Hamlet, que sucumbió en pocos segundos a la traición y en Socrates y la terrible injusticia que les quitó la vida. La cicuta, la maldad, artilugios del hombre, incomprensibles y letales para él. ¡Qué paradoja!
Una cosa lleva a la otra y mientras sirvo el postre, me inunda la temible e inhumana frialdad de los psicópatas. Me asusta pensar en que estamos rodeados de ellos, me bloqueo, como cuando me enfrento a alguno de mis arácnidos. Ambos, arañas y asesinos, son silenciosos pero omnipresentes.
Qué despacio pasa el tiempo esperando la hora de comer.
Tu tiempo es la sazón de mis manjares.
Hoy cocinaré para ti un veneno exquisito,
Me complace, servirte como a un príncipe
—con suma elegancia y solemnidad—
en su banquete nupcial, que tu amada
espere, con ansiedad, tu llegada.
“Volved mañana”, les dijimos, y hoy madrugamos para preparar el escenario.
Lo haré con el mismo ánimo con el que lo haría si él, mi nueva ilusión, formara parte de la lista de invitados. Tal vez sea pura hipocresía. Quizá me asemeje de algún modo a mis temidos enemigos y no quiero creérmelo. Por eso esta espera a que caiga la presa, en el poder de mi telaraña, la disfrazo de melancolía. De cualquier modo ansío su llegada.
Es bonito tener invitados en casa.
De repente, la familia (esa familia rota de la que tanto aprendo) asciende a un número impreciso y, todo cobra sentido en torno a los nuevos miembros.
Cuando comemos con invitados me enternece de forma inefable la absoluta confianza que depositan en nosotros. Aprueban nuestros esfuerzos de antemano y el éxito así es demasiado fácil. La idea de un propósito malvado o, simplemente, un descuido ocasionado por la falta de interés, se les antoja inconcebible. Ingieren lo ofrecido sin apenas mirarlo y mastican como si supieran su método de elaboración.
Es entonces cuando me siento sucia, porque con tanto trajín no me ha dado tiempo a ducharme. En mi interior siento la invasión de su presencia. Mi anulada intimidad pide venganza y descuido la colocación del pan en una cestita de mimbre o presento, en el centro de la mesa, un vino contrario al buen maridaje.
Pero cuando examino sus caras y ella descalza, sigilosamente, sus juanetes de los tacones por debajo de la mesa y él desplaza dos agujeros más allá la hebilla del cinturón, veo compensado el insignificante estrés físico y mental que suponen estos encuentros familiares.
Pienso en Hamlet, que sucumbió en pocos segundos a la traición y en Socrates y la terrible injusticia que les quitó la vida. La cicuta, la maldad, artilugios del hombre, incomprensibles y letales para él. ¡Qué paradoja!
Una cosa lleva a la otra y mientras sirvo el postre, me inunda la temible e inhumana frialdad de los psicópatas. Me asusta pensar en que estamos rodeados de ellos, me bloqueo, como cuando me enfrento a alguno de mis arácnidos. Ambos, arañas y asesinos, son silenciosos pero omnipresentes.
Qué despacio pasa el tiempo esperando la hora de comer.
Tu tiempo es la sazón de mis manjares.
Hoy cocinaré para ti un veneno exquisito,
Me complace, servirte como a un príncipe
—con suma elegancia y solemnidad—
en su banquete nupcial, que tu amada
espere, con ansiedad, tu llegada.
“Volved mañana”, les dijimos, y hoy madrugamos para preparar el escenario.
Lo haré con el mismo ánimo con el que lo haría si él, mi nueva ilusión, formara parte de la lista de invitados. Tal vez sea pura hipocresía. Quizá me asemeje de algún modo a mis temidos enemigos y no quiero creérmelo. Por eso esta espera a que caiga la presa, en el poder de mi telaraña, la disfrazo de melancolía. De cualquier modo ansío su llegada.