Infancia
Publicado: Jue, 09 Ene 2020 17:53
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Se infla el arroz en el agua hirviente.
Las gambas adquieren lentamente su color óptimo.
Mami, en delantal de barcos, dirige la orquesta
con una cucharón por batuta
(hace poco que también junta las líneas alternas
de la Carretera de Extremadura)
Dos monjas llaman a la puerta. -¿Eva María?,
¡Qué mona!, ¡el pecado y la salvación juntos!
(mi hermana sonríe con recelo y sin ganas)
Yo observo la prefabricada felicidad de sus rostros,
blancos y negros, juntos,
como la Navidad y el castigo.
El pequeño piso ahora es grande,
enorme, como el planeta más grande
de una galaxia de más de un billón de planetas
orbitando tras la terraza. Recuerdo
una chimenea condenada a virginidad,
igual que las dos monjitas de la puerta
(que en ningún momento son invitadas
al reino caliente y entrañable
del minúsculo hall)
A veces hay un pino de plástico
con luces de colores y bolas brillantes.
Otras, tras el último capítulo
de Sherlock Holmes, un perro diabólico
acecha el sueño sobre el mueble
donde descansa la pequeña tele bicanal
con antena extensible.
Disfraces de vikingo y romano echan chispas;
un diente arrancado a traición
entre los huesos metálicos de la nueva cuna,
y hasta hay un extraño paraíso que me quema
sin explicación
bajo la falda de esa chica flaca que,
con aires de ángel y corazón sindicalista,
plancha la ropa familiar.
Hay literas altas como el Everest,
un tocadiscos que proclama Libertad
en bajito (anti-vecinos agrios
con bigote de pequeño tigre
malhumorado por malherido)
sobre algún pueblo unido e invencible.
Y también lápices multicolor,
un artilugio mágico de fácil uso
que cuenta cuentos sobre patitos feos y cerditos bobos
sobre una sábana blanca colgada
con chinchetas de la pared
y un geiperman alpinista
conocedor de todos los rincones clandestinos
de la casa.
Hay también gritos de fondo
e indescifrables de mis padres.
Luego cloro asfixiante, un edificio
con frías pizarras y jaurías
que muerden los tendones de la ilusión,
y enseñan a apretar las muelas y los puños
simultáneamente, de lunes a viernes
y de 9 a 2.
...Y curas comunistas,
y vecinas feministas,
y vecinas muertas en accidentes de coche
o de cáncer de estómago,
y vecinitas con faldas a cuadros
cantando en coro y a cappella
el último hit de Umberto Tozzi;
y bombas de la ETA,
y el Bar Parada,
y Hombres de Harrelson,
y un amiguito gordito llamado Carlos S.
y amigos secretos de mis papás,
y abogados matrimoniales de película americana
y policías que se disparan a sí mismos,
y psicólogos con complejos incurables
y muchas más cosas.
Aún no hay monstruos amigos que salen del agua
escupiendo fuego a diestro y siniestro,
ni puertos fantásticos
por los que a lo mejor merece la pena cruzar el mar
(debido, principalmente,
al incomprensible mecanismo de la luna llena
ligado a otras coyunturas existenciales)
Pero, evidentemente,
evidentemente ese es otro poema,
otra historia...
_____________
Se infla el arroz en el agua hirviente.
Las gambas adquieren lentamente su color óptimo.
Mami, en delantal de barcos, dirige la orquesta
con una cucharón por batuta
(hace poco que también junta las líneas alternas
de la Carretera de Extremadura)
Dos monjas llaman a la puerta. -¿Eva María?,
¡Qué mona!, ¡el pecado y la salvación juntos!
(mi hermana sonríe con recelo y sin ganas)
Yo observo la prefabricada felicidad de sus rostros,
blancos y negros, juntos,
como la Navidad y el castigo.
El pequeño piso ahora es grande,
enorme, como el planeta más grande
de una galaxia de más de un billón de planetas
orbitando tras la terraza. Recuerdo
una chimenea condenada a virginidad,
igual que las dos monjitas de la puerta
(que en ningún momento son invitadas
al reino caliente y entrañable
del minúsculo hall)
A veces hay un pino de plástico
con luces de colores y bolas brillantes.
Otras, tras el último capítulo
de Sherlock Holmes, un perro diabólico
acecha el sueño sobre el mueble
donde descansa la pequeña tele bicanal
con antena extensible.
Disfraces de vikingo y romano echan chispas;
un diente arrancado a traición
entre los huesos metálicos de la nueva cuna,
y hasta hay un extraño paraíso que me quema
sin explicación
bajo la falda de esa chica flaca que,
con aires de ángel y corazón sindicalista,
plancha la ropa familiar.
Hay literas altas como el Everest,
un tocadiscos que proclama Libertad
en bajito (anti-vecinos agrios
con bigote de pequeño tigre
malhumorado por malherido)
sobre algún pueblo unido e invencible.
Y también lápices multicolor,
un artilugio mágico de fácil uso
que cuenta cuentos sobre patitos feos y cerditos bobos
sobre una sábana blanca colgada
con chinchetas de la pared
y un geiperman alpinista
conocedor de todos los rincones clandestinos
de la casa.
Hay también gritos de fondo
e indescifrables de mis padres.
Luego cloro asfixiante, un edificio
con frías pizarras y jaurías
que muerden los tendones de la ilusión,
y enseñan a apretar las muelas y los puños
simultáneamente, de lunes a viernes
y de 9 a 2.
...Y curas comunistas,
y vecinas feministas,
y vecinas muertas en accidentes de coche
o de cáncer de estómago,
y vecinitas con faldas a cuadros
cantando en coro y a cappella
el último hit de Umberto Tozzi;
y bombas de la ETA,
y el Bar Parada,
y Hombres de Harrelson,
y un amiguito gordito llamado Carlos S.
y amigos secretos de mis papás,
y abogados matrimoniales de película americana
y policías que se disparan a sí mismos,
y psicólogos con complejos incurables
y muchas más cosas.
Aún no hay monstruos amigos que salen del agua
escupiendo fuego a diestro y siniestro,
ni puertos fantásticos
por los que a lo mejor merece la pena cruzar el mar
(debido, principalmente,
al incomprensible mecanismo de la luna llena
ligado a otras coyunturas existenciales)
Pero, evidentemente,
evidentemente ese es otro poema,
otra historia...
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