PERMISO
Publicado: Jue, 11 Sep 2008 15:39
¿Se me permite?
El baile de Sambito,
odiar la poesía
y no escribir un verso durante meses.
Y decir: Ahora es siempre.
O querer hacerte el amor
y quedarme en casa escribiendo relatos.
Ningún poema, lo saben, podrá compararse nunca
con ciertas noches
en las que nos perseguimos
como perros.
O en despertar a las tres de la tarde
y comer como un acto primigenio.
Y la solución es fácil.
Fácil como salir de casa sin dinero
que nos tiente a compra tabaco o vino
o literatura.
Caminar por Gaztambide hasta Princesa,
caminar por Princesa hasta la Plaza de España.
Tumbarse allá.
Y quedarse tumbado hasta que anochezca.
Mirando a las mujeres.
A las nubes, incluso, si se me permite,
a las palomas.
Y luego no mirando nada.
Olvidando los nombres de los poetas.
Las figuras. Las novias. Los amigos.
Para poder empezar siempre de nuevo.
Sin miedo al corazón que no nos corresponde.
Sin miedo a los versos enormes parecidos a la gran fuente donde dos indias meten sus pies y un aleman hace fotos.
Y empezar a beber y a fumar y a leer.
No como terapia, no como placer, no como nada.
Como cuando nos metimos en los jardines de un convento y tu con la cabeza en mi sexo, y yo con la mía en el tuyo ¿recuerdas? teníamos no más de quince años.
El baile de Sambito,
odiar la poesía
y no escribir un verso durante meses.
Y decir: Ahora es siempre.
O querer hacerte el amor
y quedarme en casa escribiendo relatos.
Ningún poema, lo saben, podrá compararse nunca
con ciertas noches
en las que nos perseguimos
como perros.
O en despertar a las tres de la tarde
y comer como un acto primigenio.
Y la solución es fácil.
Fácil como salir de casa sin dinero
que nos tiente a compra tabaco o vino
o literatura.
Caminar por Gaztambide hasta Princesa,
caminar por Princesa hasta la Plaza de España.
Tumbarse allá.
Y quedarse tumbado hasta que anochezca.
Mirando a las mujeres.
A las nubes, incluso, si se me permite,
a las palomas.
Y luego no mirando nada.
Olvidando los nombres de los poetas.
Las figuras. Las novias. Los amigos.
Para poder empezar siempre de nuevo.
Sin miedo al corazón que no nos corresponde.
Sin miedo a los versos enormes parecidos a la gran fuente donde dos indias meten sus pies y un aleman hace fotos.
Y empezar a beber y a fumar y a leer.
No como terapia, no como placer, no como nada.
Como cuando nos metimos en los jardines de un convento y tu con la cabeza en mi sexo, y yo con la mía en el tuyo ¿recuerdas? teníamos no más de quince años.