El ayer no importa
Publicado: Dom, 24 Nov 2019 0:51
Siempre
Es aquello que me aturde, que dibuja la oscuridad,
es recuerdo amargo que me maneja y maniata,
es resplandor de un trueno insolente en una tormenta,
la voz del patriarcado del monedero,
el grito angustioso de la agonía alucinante.
Una voz perdida en el desierto,
un dolor aglutinado en la necesidad imperiosa.
Ya lo dijo Miguel Hernández,
“tener hambre es la cosa primera que se aprende”
Es la más terrorífica, si se padece siempre.
Nunca
He perdido la vez, el orden y hasta el mandato.
La voz que tantas veces fue tuya
se esconde ahora en el anonimato
mientras serena bate y bate la masa para hornearla,
sin poder sentir, sin poder saber,
dónde está el camino en el que emigró el tiempo,
la orden solapada bajo los recuerdos que no quisimos,
bajo los paseos que nunca dimos,
y que ahora se humedecen de lluvia ácida.
Sin darnos cuenta nos convertimos en enemigos,
ahora, será nunca, el momento de evitarlo.
Perdido
Sin motivo, sin razón, con un juez excomulgado,
la ignorancia y la desidia del prejuicio,
del viento huracanado incapaz de protegerse del delirio.
Era sombra sin figura, zapatos sin tacón,
que comulgaba en silencio, el miedo y la opresión,
la voz callada, el grito canalla de la injusticia
recorre el paisaje, el recodo de un pasto en un lienzo,
la mirada que penetra entre oscuros algodones
para secar la herida del surco de las lágrimas,
para ser humano, sin serlo ante los ojos de odio,
para morir, sin juicio, entre las flores de un jardín anaranjado,
a la voz de comunista, rojo, homosexual.
La sangre de Federico tiñó de rojo una madrugada de Agosto.
Quedó perdido, no olvidado.
Ayer
Era el ayer la locura, el hoy realidad sin reparo,
los ojos que rompen la herencia, el alma afligida,
en campos de ortigas verdes, de prados sin nombre,
hoy asfalto.
Mares de espuma alocada, de verde azul estúpido y bello,
de nubes con terciopelo, nata y azúcar y un sol ordenado
para vestir de sombras el horizonte,
tras los montes helados,
para pulir de colores, ¡rojos! ¡verdes! ¡amarillos!
bosques, de árboles, flores, pantanos,
para imaginar que la vida abre paso a la vida,
para creer que el mundo es un regalo
e ignorar el ayer.
¡qué pronto ha pasado!
Yo
Sin saber, sin entender hasta donde he llegado,
con este atuendo de navegante, sin barco, sin patrón,
con la mente atolondrada y el pensamiento envuelto,
sin sellar, sin liar y sin entendimiento suficiente
para razonar aquellos golpes instalados en mí,
que me hacen vomitar, acaso.
Torpezas desordenadas e inverosímiles,
pasajes redibujados una y otra vez en el archivo infestado
de los absurdos comportamientos de mi escritura,
en lugares remotos de la carne
y en el cerebro fatigado por la ignorancia.
Yo, soy el yo de mis entrañas,
el ser radical, conservador,
de una estructura sin deshollinar,
de un alma pasajera e iracunda
que sodomiza la mente, ante una carrera en pos de la demencia,
en lucha constante contra mi mundo,
mi ego, mis recuerdos, y mis instintos depredadores.
En una lucha constante, contra el mundo, el vuestro,
aquel que enseñó lo que era el hambre,
que aún hoy lo sigue predicando,
aquel que siempre intentó hacernos creer, vivir, querer,
y que nunca lo consiguió, nunca lo conseguirá.
Ese mundo que dejó perdido en el desamparo
a un ser humano, de pensamiento libre, de cuerpo libre.
perdido ayer, perdidos hoy, quedan aún en la inmensidad.
Y aquí estoy yo, con mi lapicero, mi papel,
mi locura y mi delirio, hoy.
Por lo visto,
el ayer nunca importó, no importa.
Es aquello que me aturde, que dibuja la oscuridad,
es recuerdo amargo que me maneja y maniata,
es resplandor de un trueno insolente en una tormenta,
la voz del patriarcado del monedero,
el grito angustioso de la agonía alucinante.
Una voz perdida en el desierto,
un dolor aglutinado en la necesidad imperiosa.
Ya lo dijo Miguel Hernández,
“tener hambre es la cosa primera que se aprende”
Es la más terrorífica, si se padece siempre.
Nunca
He perdido la vez, el orden y hasta el mandato.
La voz que tantas veces fue tuya
se esconde ahora en el anonimato
mientras serena bate y bate la masa para hornearla,
sin poder sentir, sin poder saber,
dónde está el camino en el que emigró el tiempo,
la orden solapada bajo los recuerdos que no quisimos,
bajo los paseos que nunca dimos,
y que ahora se humedecen de lluvia ácida.
Sin darnos cuenta nos convertimos en enemigos,
ahora, será nunca, el momento de evitarlo.
Perdido
Sin motivo, sin razón, con un juez excomulgado,
la ignorancia y la desidia del prejuicio,
del viento huracanado incapaz de protegerse del delirio.
Era sombra sin figura, zapatos sin tacón,
que comulgaba en silencio, el miedo y la opresión,
la voz callada, el grito canalla de la injusticia
recorre el paisaje, el recodo de un pasto en un lienzo,
la mirada que penetra entre oscuros algodones
para secar la herida del surco de las lágrimas,
para ser humano, sin serlo ante los ojos de odio,
para morir, sin juicio, entre las flores de un jardín anaranjado,
a la voz de comunista, rojo, homosexual.
La sangre de Federico tiñó de rojo una madrugada de Agosto.
Quedó perdido, no olvidado.
Ayer
Era el ayer la locura, el hoy realidad sin reparo,
los ojos que rompen la herencia, el alma afligida,
en campos de ortigas verdes, de prados sin nombre,
hoy asfalto.
Mares de espuma alocada, de verde azul estúpido y bello,
de nubes con terciopelo, nata y azúcar y un sol ordenado
para vestir de sombras el horizonte,
tras los montes helados,
para pulir de colores, ¡rojos! ¡verdes! ¡amarillos!
bosques, de árboles, flores, pantanos,
para imaginar que la vida abre paso a la vida,
para creer que el mundo es un regalo
e ignorar el ayer.
¡qué pronto ha pasado!
Yo
Sin saber, sin entender hasta donde he llegado,
con este atuendo de navegante, sin barco, sin patrón,
con la mente atolondrada y el pensamiento envuelto,
sin sellar, sin liar y sin entendimiento suficiente
para razonar aquellos golpes instalados en mí,
que me hacen vomitar, acaso.
Torpezas desordenadas e inverosímiles,
pasajes redibujados una y otra vez en el archivo infestado
de los absurdos comportamientos de mi escritura,
en lugares remotos de la carne
y en el cerebro fatigado por la ignorancia.
Yo, soy el yo de mis entrañas,
el ser radical, conservador,
de una estructura sin deshollinar,
de un alma pasajera e iracunda
que sodomiza la mente, ante una carrera en pos de la demencia,
en lucha constante contra mi mundo,
mi ego, mis recuerdos, y mis instintos depredadores.
En una lucha constante, contra el mundo, el vuestro,
aquel que enseñó lo que era el hambre,
que aún hoy lo sigue predicando,
aquel que siempre intentó hacernos creer, vivir, querer,
y que nunca lo consiguió, nunca lo conseguirá.
Ese mundo que dejó perdido en el desamparo
a un ser humano, de pensamiento libre, de cuerpo libre.
perdido ayer, perdidos hoy, quedan aún en la inmensidad.
Y aquí estoy yo, con mi lapicero, mi papel,
mi locura y mi delirio, hoy.
Por lo visto,
el ayer nunca importó, no importa.