Cambio de turno
Publicado: Sab, 26 Oct 2019 14:11
El corazón se me congela
con el relente de las horas tempranas
y la esperanza se cubre de sombras
cuando el silencio se hace eco
de campanas que, inmisericordes,
tañen con sabor a sueño, ¡ding!,
a café amargo, ¡dong!,
a madrugador aguardiente, ¡ding!
y a órdenes y cadenas, ¡dong!
No hay dignidad en los pasos
camino del tajo, tan solo cansancio
y hastío en mi rostro como de flor mustia
y un muro de palabras heladas y resentimiento,
mucho resentimiento hacia la jaula
y el horario de afilados dientes.
Cuando cae la tarde como un fuego
en sus márgenes, solo el verde lucha por mantener
aún vivo el recuerdo del pájaro.
Su cara amable, de delicada y húmeda fragancia,
podría disipar las cicatrices del día;
pero ya se encargan de impedirlo
las histriónicas sirenas de la fábrica
anunciando el cambio de turno.
Al acabar la jornada, después de buscar inútilmente
la utopía en el delirio de espejismos siseantes,
devoro el camino que se extiende sin tregua
mientras la noche va cayendo como una piedra enemiga.
Indeseables sanguijuelas adheridas a mi pecho
me acompañan: son las horas sucias de las trampas,
las ganas de matar y entre las cosas del cielo
la piedra polvorienta de falsa luz
arrastrando sus dedos lechosos
- ¿a cuántos poetas habrá engañado
con su petulante silencio? -.
A través de esta selva de sombras, regreso al único lugar
donde el aire, que aún conserva su dignidad,
me devuelve la palabra saqueada y el rostro olvidado en el espejo.
con el relente de las horas tempranas
y la esperanza se cubre de sombras
cuando el silencio se hace eco
de campanas que, inmisericordes,
tañen con sabor a sueño, ¡ding!,
a café amargo, ¡dong!,
a madrugador aguardiente, ¡ding!
y a órdenes y cadenas, ¡dong!
No hay dignidad en los pasos
camino del tajo, tan solo cansancio
y hastío en mi rostro como de flor mustia
y un muro de palabras heladas y resentimiento,
mucho resentimiento hacia la jaula
y el horario de afilados dientes.
Cuando cae la tarde como un fuego
en sus márgenes, solo el verde lucha por mantener
aún vivo el recuerdo del pájaro.
Su cara amable, de delicada y húmeda fragancia,
podría disipar las cicatrices del día;
pero ya se encargan de impedirlo
las histriónicas sirenas de la fábrica
anunciando el cambio de turno.
Al acabar la jornada, después de buscar inútilmente
la utopía en el delirio de espejismos siseantes,
devoro el camino que se extiende sin tregua
mientras la noche va cayendo como una piedra enemiga.
Indeseables sanguijuelas adheridas a mi pecho
me acompañan: son las horas sucias de las trampas,
las ganas de matar y entre las cosas del cielo
la piedra polvorienta de falsa luz
arrastrando sus dedos lechosos
- ¿a cuántos poetas habrá engañado
con su petulante silencio? -.
A través de esta selva de sombras, regreso al único lugar
donde el aire, que aún conserva su dignidad,
me devuelve la palabra saqueada y el rostro olvidado en el espejo.