Naufragio
Publicado: Vie, 23 Ago 2019 21:02
NAUFRAGIO
Sin duda la tristeza es azul.
Es azul como el negro desencanto
del amor que naufraga
y pierde poco a poco lo que fueron
las costillas sensibles de su historia.
¿Cómo es posible que en tan poco tiempo
solo queden los clavos
de aquella nave próspera de luz?
El fin comienza con la cruz del gusto.
Las lenguas ya no saben ni recuerdan
de qué les viene ese color a guinda.
El fruto rojo de los besos tiembla
sobre la escama blanca del olvido…
¿Quién tiñó de coral mis labios tristes?,
¿quién me enseñó a leer los horizontes
desde el balcón de aquellos cerezales?
A veces siento el jugo
de tu risa en mi boca
cuando la madrugada rueda y calla…,
¡pero nunca eres tú!, ¿quién eres tú?
Al tiempo, se acartona y muere el tacto.
Las yemas se endurecen con excusas
y las caricias giran sobre el mármol
con la arrogancia y la torpeza boba
de quien quiere sentir
la textura del mundo en sus estambres…
¡Pero en sus yemas ya no queda polen!,
solo una lluvia sorda de ceniza.
¡¿Quién garabateó con su carmín
las fachadas que dan hacia los mares
que rugen en mi pecho?!
¿Quién me agarraba de la mano, quién
emborrachaba los pezones sedientos
de aquellos electrones
que cubrían mi piel?
A veces siento que tu luz me toca
cuando la madrugada rueda y calla…,
¡pero nunca eres tú!, ¿quién eres tú?
No tardan en cerrarse las ventanas
que surten de celeste los oídos.
Y aquella voz tan limpia y transparente
que jugaba a la comba
y hacía piruetas en el aire
desaparece, así, sin más, y queda
la sedación de un eco
cabalgando en la cresta de las ondas.
Y ahí te quedas tú como asombrado
tratando de entenderte (con mentiras)
entre un bosque de mástiles afónicos
y una manada histérica de hienas
lamiendo los tendones de su presa.
¿Quién incrustó en mi pecho el saxo rojo
que colmó con su aullido y su lamento
las noches más felices de mi vida?
A veces creo oír tu voz de luna
cuando la madrugada rueda y calla…,
¡pero nunca eres tú!, ¿quién eres tú?
Y ya casi al final
claudican los olores
y con ellos se esfuman los recuerdos.
Es de esta amnesia de la cual se nutre
el imperio brutal del desapego.
Porque el amor no existe
si no visitas su ribera añil
y dejas que el aroma de los sauces
y los cantos del río
te cuenten lo que fuisteis…
«Que las espinas del rosal nos sirvan
para gozar del alma de sus rosas»,
me recitabas..., pero no era cierto.
¡¿De quién era el perfume, de qué boca
deshojé aquellos pétalos de rosa?!
A veces siento el viento de tu ser
cuando la madrugada rueda y calla…,
¡pero nunca eres tú!, ¿quién eres tú?
Y al final, la ceguera…
Resulta sorprendente (casi tierno)
que una vez rematados los sentidos
uno siga buscando las quimeras
en las mentiras que ya no recuerda.
Y palpas el espacio de tus cuartos…
Cuartos sin muebles, cuartos de mudanza,
«se vende casa», pone en un cartel.
Pides auxilio, lloras como un niño,
pero nadie te escucha y estás solo.
Y follas otros cuerpos y te bebes
lo que te falta y lo vomitas todo
salvo la puta hiel de la tristeza.
Y lo comprendo todo... ahora, al fin.
Fluctúa nuestra esfera en el ocaso
entre mi mar azul —ya casi negro—
y el rosa de tu cielo.
Los epitafios de la vida son
tan bellos como tristes...
Y siento que naufraga el cuerpo entero
hasta quedar postrado en mis rodillas
en esta madrugada que no cesa.
Y el astro colosal de lo que fuimos
se desvanece allá en el horizonte.
Kalkbadan
En Madrid, a 23 de agosto de 2019
Sin duda la tristeza es azul.
Es azul como el negro desencanto
del amor que naufraga
y pierde poco a poco lo que fueron
las costillas sensibles de su historia.
¿Cómo es posible que en tan poco tiempo
solo queden los clavos
de aquella nave próspera de luz?
El fin comienza con la cruz del gusto.
Las lenguas ya no saben ni recuerdan
de qué les viene ese color a guinda.
El fruto rojo de los besos tiembla
sobre la escama blanca del olvido…
¿Quién tiñó de coral mis labios tristes?,
¿quién me enseñó a leer los horizontes
desde el balcón de aquellos cerezales?
A veces siento el jugo
de tu risa en mi boca
cuando la madrugada rueda y calla…,
¡pero nunca eres tú!, ¿quién eres tú?
Al tiempo, se acartona y muere el tacto.
Las yemas se endurecen con excusas
y las caricias giran sobre el mármol
con la arrogancia y la torpeza boba
de quien quiere sentir
la textura del mundo en sus estambres…
¡Pero en sus yemas ya no queda polen!,
solo una lluvia sorda de ceniza.
¡¿Quién garabateó con su carmín
las fachadas que dan hacia los mares
que rugen en mi pecho?!
¿Quién me agarraba de la mano, quién
emborrachaba los pezones sedientos
de aquellos electrones
que cubrían mi piel?
A veces siento que tu luz me toca
cuando la madrugada rueda y calla…,
¡pero nunca eres tú!, ¿quién eres tú?
No tardan en cerrarse las ventanas
que surten de celeste los oídos.
Y aquella voz tan limpia y transparente
que jugaba a la comba
y hacía piruetas en el aire
desaparece, así, sin más, y queda
la sedación de un eco
cabalgando en la cresta de las ondas.
Y ahí te quedas tú como asombrado
tratando de entenderte (con mentiras)
entre un bosque de mástiles afónicos
y una manada histérica de hienas
lamiendo los tendones de su presa.
¿Quién incrustó en mi pecho el saxo rojo
que colmó con su aullido y su lamento
las noches más felices de mi vida?
A veces creo oír tu voz de luna
cuando la madrugada rueda y calla…,
¡pero nunca eres tú!, ¿quién eres tú?
Y ya casi al final
claudican los olores
y con ellos se esfuman los recuerdos.
Es de esta amnesia de la cual se nutre
el imperio brutal del desapego.
Porque el amor no existe
si no visitas su ribera añil
y dejas que el aroma de los sauces
y los cantos del río
te cuenten lo que fuisteis…
«Que las espinas del rosal nos sirvan
para gozar del alma de sus rosas»,
me recitabas..., pero no era cierto.
¡¿De quién era el perfume, de qué boca
deshojé aquellos pétalos de rosa?!
A veces siento el viento de tu ser
cuando la madrugada rueda y calla…,
¡pero nunca eres tú!, ¿quién eres tú?
Y al final, la ceguera…
Resulta sorprendente (casi tierno)
que una vez rematados los sentidos
uno siga buscando las quimeras
en las mentiras que ya no recuerda.
Y palpas el espacio de tus cuartos…
Cuartos sin muebles, cuartos de mudanza,
«se vende casa», pone en un cartel.
Pides auxilio, lloras como un niño,
pero nadie te escucha y estás solo.
Y follas otros cuerpos y te bebes
lo que te falta y lo vomitas todo
salvo la puta hiel de la tristeza.
Y lo comprendo todo... ahora, al fin.
Fluctúa nuestra esfera en el ocaso
entre mi mar azul —ya casi negro—
y el rosa de tu cielo.
Los epitafios de la vida son
tan bellos como tristes...
Y siento que naufraga el cuerpo entero
hasta quedar postrado en mis rodillas
en esta madrugada que no cesa.
Y el astro colosal de lo que fuimos
se desvanece allá en el horizonte.
Kalkbadan
En Madrid, a 23 de agosto de 2019