Luis M. escribió:Gracias por la explicación, Pablo, realmente interesante. Por desgracia a menudo los animales han servido (y siguen sirviendo) como "sparrings" del lado más brutal, abusador y estúpido del ser humano. En nuestra defensa solo se puede alegar que los humanos aún somos una especie a medio evolucionar (salvo escasas y brillantes excepciones). Saludos.
Yo no llamaría estupidez a los estadios anteriores de la evolución del ser humano. Quizá los cirujanos del siglo XXV se rían de nosotros porque seguimos abriendo y cosiendo nuestros cuerpos para operar en lugar de emplear las ondas electromagnéticas no invasivas que ellos tendrán para operar cómodamente en casa (me lo estoy inventando). A mí hace unos años me operaron de una fractura de tibia, y puedo decirte que los sonidos del quirófano a veces recordaban más a una carpintería o a un taller que a una sala de operaciones: sonidos de sierras y atornilladoras, martillazos, golpes... ¿Deberían considerarnos brutos o estúpidos los médicos del siglo XXV no tener medios mejores? Yo creo que no.
Pero para no salirnos de lo poético, hay que decir que, curiosamente, el asunto de las corridas de toros tiene mucho que ver con lo poético. Parece ser que la tauromaquia tiene sus orígenes en unas celebraciones rituales de las que procede también el teatro: las corridas de toros, la tragedia griega y el sacrificio religioso son como tres caras de una misma realidad ancestral que ya se ha perdido. La evolución de ellas siguó dos caminos muy distintos: el sacrificio religioso y el teatro incorporaron en algún momento la capacidad simbólica del ser humano, mientras que las corridas de toros no. En lo religioso la simbolización corrió a cargo de la sacramentalidad, que es seguramente una de las mayores aportaciones antropológicas del Cristianismo pre-teodosiano: el simbolismo sacramental, que articula lo metafórico y lo metonímico (¡análogamente a la poesía!), permite eludir la repetición del sacrificio material del animal (o del ser humano) que otras religiones mantienen; en cuanto al teatro, la simbolización corrió a cargo de la imitación, que podemos llamar representación: ya Aristóteles en su
Poética nos habla de que la catarsis colectiva ligada a la tragedia funciona mediante la imitación, por la que los espectadores pueden conseguir los efectos catárticos sin sufrir los acontecimientos.
En cambio, en los toros no hay simbolización: ni simbolismo sacramental ni imitaci´on o representación, sólo hay acción real y directa. La evolución de las corridas se produjo bajo la influencia de los torneos caballerescos de las cortes medievales y renacentistas, y más tarde, de los espectáculos deportivos de masas. Lo expresó muy sabiamente un torero que, si no recuerdo mal, dijo una vez a García Lorca: "Señorito, aquí [en la plaza] se muere de verdad, no como en el teatro" (lamento no tener a mano la cita). Creo que en todo esto hay unas coordenadas muy interesantes para encauzar el debate que suscitan los toros: sus partidarios ensalzarán la tauromaquia como una reliquia de los albores de la civilización mediterránea que hay que proteger, mientras que sus detractores la considerarán como un residuo evolutivo que conviene superar de una vez por todas. Eso ya no es análisis, eso es valoración.
También habría que hablar de la función inexcusable de los toros como medios de canalización de la violencia colectiva: todo grupo humano necesita ciertas instituciones para dirigir sus impulsos de muerte hacia objetivos distintos de sí mismo para no ser destruido por ellos. La religión lo ha hecho durante siglos en todos los pueblos del mundo; también el teatro (y el cine, su heredero), y más modernamente lo hace también el deporte, sobre todo el fútbol, que también es una representación simbólica de una lucha. En el caso particular del Mediterráneo, los toros, que hoy son tanto religión como espectáculo deportivo, sirven para canalizar esa violencia colectiva que necesita salir de algún modo y que queda peligrosamente liberada cuando el contexto de la fiesta nos hace bajar la guardia: por eso en España no hay fiestas populares sin toros y sin misa. Hoy esto ya está cambiando mucho: no importa que se quiten los toros o la misa, pero es fundamental, para lo que estamos hablando, que se sustituyan por otros "mecanismos de seguridad" mejores o, al menos, igual de eficaces a la hora de gestionar los impulsos de muerte. El "sparring" que tú mencionabas.
Mi poema, que forma parte de otro mayor, describe la corrida de toros en el contexto de una fiesta imaginaria en la antiquísima civilización de Tartessos: en la noche del solsticio de verano el pueblo se reúne en un monte elevado, iluminado por el cielo y por el fuego, para celebrar sus ritos anuales de fertilidad; los hombres llegan al santuario del monte corriendo los toros y allí se encuentran con el coro de las mujeres ("al femenil primero adjuntando"); beben vino joven en abundancia ("Púrpura de la tierra vespertina", exprimida la uva el otoño anerior "en la previa caída desvirgada" y fermentada durante la primavera, tomando su color tinto "como en la primavera violada"); y allí consuman el rito de la fecundidad, mientras el poema nos hace mirar por decencia hacia otro lado: las gotas de sangre de los toros saltan hasta los montes y, metamorfoseándose, cristalizan para formar los minerales y los metales que enriquecen las tierras de Andalucía occidental: "que al vientre de la sierra no perdona / su líquida virtud, su humor fecundo, / roca madre, doncella cristalina".
Pablo Ibáñez escribió:Pablo,
me ha gustado el poema, pero casi más la detallada explicación del mismo. Ojalá todos los poemas de el foro tuvieran una explicación del autor tan extensa y esclarecedora. Soy de los que piensan que todos los poemas deberían poder ser explicados por el autor. Me gustan los detalles de refinado clasicismo, hacen disfrutar mucho más del poema.
Abrazos.
Gracias, Pablo, por leer y comentar. Ya ves que acabo de explicar algo más del contenido del poema. Eso que dices de que el poeta sea capaz de explicar su obra me parece muy conveniente: es una buena garantía contra la arbitrariedad. Eso sí, hay poéticas que no necesitan explicación: se explican ellas mismas hasta el borde del misterio. Pero otras parecen necesitar explicación como algo casi esencial a ellas: es el caso de la poética que practico en este poema, y que es imitación de la poética de
Soledades.
Cuando Góngora da a conocer el
Polifemo y
Soledades, dos de las grandes cimas de su estilo, en seguida surgen anotaciones, comentarios, escolios... para explicar estos grandes poemas: los comentarios más famosos, los de Pellicer y Salcedo Coronel, favorables; y el
Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades de Jáuregui, contrario. La crítica ilustrada y postilustrada fue totalmente impermeable a esta poética: se consideraba que estos poemas eran creaciones puramente esteticistas e ilógicas en las que no había que buscar sentido alguno. Fue gracias a la Generación del 27 y a su gran gongorista, Dámaso Alonso, que se recuperó el interés por esta poética. Su edición de
Soledades, con una imprescindible explicación en prosa, y el estudio y edición crítica y comentada del
Polifemo fueron pioneras en este sentido. Hoy los estudios gongorinos son una floreciente línea de investigación en los estudios sobre el Siglo de Oro.
Saludos.