Editorial Alaire

No sé ya si escribir en el agua,
si ya sellaron las calles de tu ausencia,
pertenencia de pólvora mascada,
si mi razón existe o insiste entre alienígenas,
que custodian tu ombligo y lo anchean -dentellada-,
si tu golpe de gracia consiste en ese brote
lento, invisible, eterno de amapolas sin tiempo,
o si las viscerales aguas del manantial
llueven la sequía abrumadora
y gravitan sin ley ni boca los embudos -siento cómo las hienas son mi historia de amor,
y cómo la resaca amarillenta del aceite alimenta
y nutren ese beso.-.

Es la imaginación de las luciérnagas
la que luce vestidos que nunca me enseñaste
-ese aliento se escapa de mi vista-,
cuando los cocodrilos me devoran,
y liberan de sus enormes glándulas
esta piel arrastrada, presa, lacia.

Quizá quiera quererte hasta el extremo
y luego atenuar mi sentimiento,
para poder besar camaleones.

Vértigo, ese raro sitial en la boca del estómago que parece morir a manos del desamor.
Somos el espejo de tu poema, su piel abrasada, el barómetro de sus gotas caídas.

Gracias por compartir, amigo.

Abrazo.

Gracias, Hallie, por tu bello comentario.
Así es, la madurez del ser humano radica en el árbol de la vida.
Degustar después de un mal trago.
Abrazos y gracias de nuevo.