Los logaritmos de la mente
Publicado: Dom, 14 Jul 2019 1:17
No agradece el cielo la versión de la vida.
Distantes, como el humo que se aleja de la hoguera,
bajo la constelación de los vientos en retirada,
se funden los logaritmos penitenciarios de la mente.
Es tanto el dolor que sufren las arterias,
que la sangre hierve, mientras, lenta y en agonía,
recorre un circuito cerrado
cuyas grietas le hacen esclava
de un flujo condenado a un destierro imperecedero.
Aun así, en discordia con el abandono de la vida,
las piernas, encogidas y acalambradas,
arrastran un cuerpo vencido por el desánimo,
al ritmo que un corazón ungido en desidia,
activa, entre delirios y sombras,
la demencia con la que la cabeza disuelve
los halos enfermizos de un alma,
prendida ayer, encarcelada hoy,
hasta el fin de los crepúsculos.
Y llueve, y el invierno coagula el paisaje,
martirizando a una llama, de torpe brasa,
que se ahoga en su propia ceniza,
mientras la cabeza golpea contra su desnudez
los retratos inacabados de una ventana,
abierta al mundo,
cerrada a cualquier vestigio de existencia.
Son las manos, con su arraigada torpeza,
las que indican donde se esconde el límite,
por donde ya no brotará el ocaso,
aunque serán incapaces de dibujar
la pureza de la última alborada.
El cielo continuará para unos cuantos, muchos,
pero nunca agradecerá la historia versionada de la vida…
…A pesar de la demencia que nos embarque.
Distantes, como el humo que se aleja de la hoguera,
bajo la constelación de los vientos en retirada,
se funden los logaritmos penitenciarios de la mente.
Es tanto el dolor que sufren las arterias,
que la sangre hierve, mientras, lenta y en agonía,
recorre un circuito cerrado
cuyas grietas le hacen esclava
de un flujo condenado a un destierro imperecedero.
Aun así, en discordia con el abandono de la vida,
las piernas, encogidas y acalambradas,
arrastran un cuerpo vencido por el desánimo,
al ritmo que un corazón ungido en desidia,
activa, entre delirios y sombras,
la demencia con la que la cabeza disuelve
los halos enfermizos de un alma,
prendida ayer, encarcelada hoy,
hasta el fin de los crepúsculos.
Y llueve, y el invierno coagula el paisaje,
martirizando a una llama, de torpe brasa,
que se ahoga en su propia ceniza,
mientras la cabeza golpea contra su desnudez
los retratos inacabados de una ventana,
abierta al mundo,
cerrada a cualquier vestigio de existencia.
Son las manos, con su arraigada torpeza,
las que indican donde se esconde el límite,
por donde ya no brotará el ocaso,
aunque serán incapaces de dibujar
la pureza de la última alborada.
El cielo continuará para unos cuantos, muchos,
pero nunca agradecerá la historia versionada de la vida…
…A pesar de la demencia que nos embarque.