
Esa genialidad que no puedo destruir
-para que ustedes se hagan una idea,
ayer maté a mi perro lazarillo
porque me dejó ciego,
abandonado.
Esto pudo pasar perfectamente.
No es solo un simbolismo,
se le presta atención hasta que se aseguren
de que no es entendible.-
hace de mi poesía antipoes´ía,
discrepancias.
Mil letras en desorden -alfabeto-
no resumen el caos reinante en sus entrañas
-quizá vayan por libre, o escriban por el ano-.
Me cuelgo de sus tripas.
No quiero más distancia.
Aunque sea visceral, como me gusta a mí,
siempre hay otras opciones
-un ejemplo es ponerse en el pellejo ajeno-.
Verán cómo es distinto acercarse al suicidio
-son ideas en proceso, no por ello malditas-.
Solo, no se ven ni las cosas que desprenden penumbra,
ni se mira hacia el cielo.
No es mirada perdida,
es cultura instintiva.
Espero no se aíslen como yo.
Hasta que no lo digan, no caerán en la cuenta
de lo flaco y enjuto que resulta ser Dios.
Mis palabras resultan síntomas caprichosos.
Después de que el altísimo ha pasado cien veces solo para hacer sombra.
Antes de ello quizá fuese después -mi turno-.
No lo sé, este reloj suena repetitivo,
le digo que también vivo en una esfera
que él no puede mirarse en el espejo
y el muy hijo de puta
me contesta.
Réplicas aparte, hacer funanbulismo,
es lo que no me induce a montar ningún circo.
No quiero ser poeta,
debajo de la tapa de mis sesos.