
Me he quedado escuchando atentamente
el rugir de tu pestañeo.
Me he llovido -lo asumo y lo confieso.
Semejante diluvio sólo puede salir
de una frecuencia oblicua al tiempo.-
Y también he querido unirte a mis costillas.
O cosquillas, qué sé yo.
Eras todo mujer -no redundante-.
Siempre fue mi intención morir bajo la tierra que tú pisas -con tu insigne manejo del masaje-.
Fui a adorarte a tu templo todas mis estaciones.
Me he dado en sacrificio, sin percibir siquiera mi desangre -tanto amor merecía acabar sin dejar rastro-.
He visto ya la muerte tan de cerca
que puedo permitirme lujos tan inhumanos
como posar.
Y no es el cemento ni el cementerio quien controla mis extremidades -mejor lo dejo en el aire-.