Editorial Alaire

Ara López escribió:La catedral del escritor se transforma con la huella de un minuto.
Una capa de hielo se desliza lentamente hacia el suelo,
sepultando, sin pena ni gloria, una palabra mal colocada y algún amor viajero.
El ladrido de los músculos, el tejido vivo y palpitante,
arenas movedizas que enseñan a invertir menos en la felicidad.

El combustible falso que hallamos en la tristeza, nos consume por lo bajo.
Miopes ante las lágrimas de la niña afligida,
nos enfocamos en la iracunda rata que intenta escapar de la trampa.
Anclándonos al deseo de presenciar la decadencia, que destruye sin avergonzarse,
ignoramos la erupción para congelar el choque.

Como una plegaria que retumba en sus paredes, se eleva un cántico.
Es la voz del olvido afinando el falso maquillaje del ahora,
es el terror danzante de la mirada indiferente de una hoja blanca,
una pasión inexplicable por el dolor de las flores,
la pérdida de un amor que bien vale la pena a cambio de unos buenos versos,
la sombra de aquel buen poema que no habrá de repetirse,
es el residuo enmascarado de las alegrías dañinas.

Morada de los inquisidores de los sentimientos,
que dictaminan con soberbia el horario de la lluvia,
que decretan si una rosa es condenada a la maceta,
domicilio de timadores que venden diamantes de madera.

Es una catedral rota a fuerza de la distorsión de los reflejos.

Hallie Hernández Alfaro escribió:

Ara López escribió:La catedral del escritor se transforma con la huella de un minuto.
Una capa de hielo se desliza lentamente hacia el suelo,
sepultando, sin pena ni gloria, una palabra mal colocada y algún amor viajero.
El ladrido de los músculos, el tejido vivo y palpitante,
arenas movedizas que enseñan a invertir menos en la felicidad.

El combustible falso que hallamos en la tristeza, nos consume por lo bajo.
Miopes ante las lágrimas de la niña afligida,
nos enfocamos en la iracunda rata que intenta escapar de la trampa.
Anclándonos al deseo de presenciar la decadencia, que destruye sin avergonzarse,
ignoramos la erupción para congelar el choque.

Como una plegaria que retumba en sus paredes, se eleva un cántico.
Es la voz del olvido afinando el falso maquillaje del ahora,
es el terror danzante de la mirada indiferente de una hoja blanca,
una pasión inexplicable por el dolor de las flores,
la pérdida de un amor que bien vale la pena a cambio de unos buenos versos,
la sombra de aquel buen poema que no habrá de repetirse,
es el residuo enmascarado de las alegrías dañinas.

Morada de los inquisidores de los sentimientos,
que dictaminan con soberbia el horario de la lluvia,
que decretan si una rosa es condenada a la maceta,
domicilio de timadores que venden diamantes de madera.

Es una catedral rota a fuerza de la distorsión de los reflejos.

Qué hermoso y bien fundado, querida poeta.

En pie para los aplausos.

Un abrazo de los grandes.

Pilar Morte escribió:Un poema con imágenes bien tratadas en versos hermosos. Aplaudo tu decir.
Abrazos
Pilar

Pablo Rodríguez Cantos escribió:Hola, Ara. Me ha gustado mucho esta reflexión metapoética con la imagen de la catedral. Yo pienso que el poema, como una catedral, no se sostiene sin una buena arquitectura. Saludos.

Pablo Ibáñez escribió:Ara,

siempre entro a leer tus poemas y siempre me gustan. Me gusta la seriedad con que los encaras, la ambición de encontrar la palabra justa y definitiva.

En otras poemas tuyos de temática amorosa empleabas un idioma apasionado, arrasado, diría. En esta ocasión te adentras en la reflexión metapoética y has elegido otro tono, no exento de pasión, pero más analítico, y también sales airosa del intento. Esta capacidad de adaptarte a diferentes registros habla muy positivamente, en mi opinión, de tu capacidad. Yo creo que es mucha.

Abrazos.

Ara López escribió:La catedral del escritor se transforma con la huella de un minuto.
Una capa de hielo se desliza lentamente hacia el suelo,
sepultando, sin pena ni gloria, una palabra mal colocada y algún amor viajero.
El ladrido de los músculos, el tejido vivo y palpitante,
arenas movedizas que enseñan a invertir menos en la felicidad.

El combustible falso que hallamos en la tristeza, nos consume por lo bajo.
Miopes ante las lágrimas de la niña afligida,
nos enfocamos en la iracunda rata que intenta escapar de la trampa.
Anclándonos al deseo de presenciar la decadencia, que destruye sin avergonzarse,
ignoramos la erupción para congelar el choque.

Como una plegaria que retumba en sus paredes, se eleva un cántico.
Es la voz del olvido afinando el falso maquillaje del ahora,
es el terror danzante de la mirada indiferente de una hoja blanca,
una pasión inexplicable por el dolor de las flores,
la pérdida de un amor que bien vale la pena a cambio de unos buenos versos,
la sombra de aquel buen poema que no habrá de repetirse,
es el residuo enmascarado de las alegrías dañinas.

Morada de los inquisidores de los sentimientos,
que dictaminan con soberbia el horario de la lluvia,
que decretan si una rosa es condenada a la maceta,
domicilio de timadores que venden diamantes de madera.

Es una catedral rota a fuerza de la distorsión de los reflejos.

Rosa Marzal escribió:Vale la pena leer detenidamente este poema para descubrir las implicaciones del complejo proceso creativo, que tú has logrado plasmar en versos de gran belleza y fuerza expresiva.

Me ha encantado, Ara.

Un abrazo.