y vuelvas a llevar aquel vestido nuevo
te esperaré en la esquina de la última cita
con flores en la mano, brillantina en el pelo.
(Cuando lleguen los días)
sabiendo que las mariposas no regresan
a los pupitres de las calles,
a las sobrias arcadas de la librería
donde apareciste como un prodigio entre la lluvia,
que los amigos no siempre lo fueron;
no cruzaron la acera
cuando Bruce Banner lloraba de rabia
enfrentándose al engendro
que había brotado de sí mismo,
no lamentaron
que Kafka no volviera a las vitrinas,
que mi amante no me esperara en el arco de papel
inabordable de su triunfo, inexorable de mi derrota;
ella nunca admitió que las flores mueren
cuando llega la noche
al lamento marchito de sus pétalos destronados,
que cada héroe lleva un monstruo en las entrañas
y el tiempo nos devora
aunque hayamos vivido el despertar de un sueño,
aunque aliente su sonrisa los anhelos de una mirada extraña
y se despliegue
como una danza entrañable
en el candor de los labios que tuvieron su tristeza y su alegría,
aunque persistan los derrubios
edificados por la profundidad de las terrazas,
por las reminiscencias de los paseos en la palma de los rostros
y el pesar perfumado de la adelfa en su agonía,
por el estanque enclavado en la fosa del olvido,
en un sentimiento ardiente y enajenado
que vibra en la nostalgia
de las verjas abiertas en los senderos del mar.
El corazón del mundo que tuvimos
solloza por el llanto esparcido
en las ventanas infinitas que miran al silencio,
a los ojos vacíos que llenan el dolor
oscuro de la angustia, amargo de la ausencia.