tesis sobre obesidad y gallinas
Publicado: Vie, 15 Feb 2019 14:49
...Es que nunca necesitó biberón;
así me presentaba mi madre a sus amigas en el vecindario.
Ellas tenían gallinas en sus brazos
y sus crestas doblegadas en la luz.
A veces tocaban mi rostro, cuando se acercaban a besarme.
Las gallinas nunca se negaron a besarme, amor.
Picoteaban con cuidado mis labios
para no herir la primera palabra que iba a pronunciar;
no recuerdo cuando fue
pero supongo que dije gallina antes que madre.
No recuerdo si alguna vez tuve la destreza
de hacer que mi madre no desvelara sus pechos
en la sombra amarga de las nueces
para alimentar a un ser que no recordaba haber nacido.
Mi pañal de silencio siempre fueron risas.
Risas de mujeres y gallinas drogadas por su vestido avispado.
Y, una pregunta, amor:
¿por qué, cuando la amapola de tu menstruación
es un suspiro de ausencias,
sacas todos los huevos de la caja que guardamos en la nevera
y los poner a hervir?
Siempre fui gordo (ahora me refiero a mi duende de olvidos).
Juré no devorar el vuelo atrapado
de las termitas.
Y sigo escarbando en el recuerdo
con mis garras de ceniza,
con la luz que dejó de ser por apestar a sangre.
así me presentaba mi madre a sus amigas en el vecindario.
Ellas tenían gallinas en sus brazos
y sus crestas doblegadas en la luz.
A veces tocaban mi rostro, cuando se acercaban a besarme.
Las gallinas nunca se negaron a besarme, amor.
Picoteaban con cuidado mis labios
para no herir la primera palabra que iba a pronunciar;
no recuerdo cuando fue
pero supongo que dije gallina antes que madre.
No recuerdo si alguna vez tuve la destreza
de hacer que mi madre no desvelara sus pechos
en la sombra amarga de las nueces
para alimentar a un ser que no recordaba haber nacido.
Mi pañal de silencio siempre fueron risas.
Risas de mujeres y gallinas drogadas por su vestido avispado.
Y, una pregunta, amor:
¿por qué, cuando la amapola de tu menstruación
es un suspiro de ausencias,
sacas todos los huevos de la caja que guardamos en la nevera
y los poner a hervir?
Siempre fui gordo (ahora me refiero a mi duende de olvidos).
Juré no devorar el vuelo atrapado
de las termitas.
Y sigo escarbando en el recuerdo
con mis garras de ceniza,
con la luz que dejó de ser por apestar a sangre.