tercera persona
Publicado: Mar, 19 Ago 2008 4:06
Tercera persona
Le arden las palmas de las manos
como si con ellas blandiese la anatomía incierta
de su estéril destino,
como si en ellas estuvieran clavados sus ojos
abriéndose paso entre líneas quemadas
de un futuro remoto.
En sus oídos resuena el eco irreal
de voces y palabras escapadas
para obligarle a revivir un pasado
del que es imposible zafarse,
y que una y otra vez acude imprevisible
empuñando las letras impagadas
a las que hace frente únicamente
con unos remordimientos sin sinceridad
pues ya nada se puede alterar.
Sus pasos no le llevan a ninguna parte
y él lo sabe bien.
Cada nuevo encuentro es un atraco
perpetrado con la alevosía
de querer abandonar el botín
al doblar la esquina
en una papelera.
No huye deprisa al oír las sirenas;
lo hace con las pisadas lentas
sin dejar huella
como las de alguien que ya esta preso
dando vueltas en su celda.
Su corazón es el ultimo botón
de la camisa de fuerza a la que se abraza
como el que esconde las manos por el frío
o quizá, porque le ardieron como castigo
por haber consumido el accidente
de la vida de un sólo trago.
Le arden las palmas de las manos
como si con ellas blandiese la anatomía incierta
de su estéril destino,
como si en ellas estuvieran clavados sus ojos
abriéndose paso entre líneas quemadas
de un futuro remoto.
En sus oídos resuena el eco irreal
de voces y palabras escapadas
para obligarle a revivir un pasado
del que es imposible zafarse,
y que una y otra vez acude imprevisible
empuñando las letras impagadas
a las que hace frente únicamente
con unos remordimientos sin sinceridad
pues ya nada se puede alterar.
Sus pasos no le llevan a ninguna parte
y él lo sabe bien.
Cada nuevo encuentro es un atraco
perpetrado con la alevosía
de querer abandonar el botín
al doblar la esquina
en una papelera.
No huye deprisa al oír las sirenas;
lo hace con las pisadas lentas
sin dejar huella
como las de alguien que ya esta preso
dando vueltas en su celda.
Su corazón es el ultimo botón
de la camisa de fuerza a la que se abraza
como el que esconde las manos por el frío
o quizá, porque le ardieron como castigo
por haber consumido el accidente
de la vida de un sólo trago.