Editorial Alaire

Marius Gabureanu escribió: ↑Lun, 21 Ene 2019 23:36 En un vuelo de Almería a Gatwick
supe que mi vocación de perdedor
estaba mal distribuida en el recuerdo,
había demasiados momentos felices
y a esas alturas, me preguntaba
cómo pueden aguantar a diario los pájaros
tanta belleza, los relieves del puerto,
el mar divulgando sus secretos de cera,
y miraba a los demás pasajeros
con la sensación de que iban a estrangularse
por saber que las distancias no se recorren, se duelen.
Las azafatas llegaban con un carrito lleno
de tazas de café, relojes, en una palabra
estaba prohibido pudrirse a esas alturas
y nadie extrañaba su sombra,
la voz del capitán anunciaba turbulencias
y yo solamente pensaba en las piedras que traía en el maletín,
en los siglos que tardó la naturaleza
para moldearlas y para que nazca alguien
que quiera arrancarle el rostro a la soledad,
las tazas de cafe temblaban en el carrito
pero las azafatas mantenían la sonrisa fija
y hacían preguntas amables, hasta me preguntaban por ti.
A la policia de frontera le expliqué que las piedras eran para construir una tumba
y entonces me dejaron pasar,
parece que hay que traer tumbas de otro país,
parece que los pájaros emigran como buscando su tumba,
que hay promociones del silencio en la rama de los naranjos
y ese gramo de polvo blanco se esfuma en la mesita de noche.
Ahora, si miro la fecha que muestra el calendario,
no hay otra playa para practicar nudismo que la de los recuerdos:
allí mis huesos muestran su vergüenza de formar un esqueleto
sin una historia que contar.
Nadie extrañaba su sombra
en ese vuelo de Almería a Gatwick
ni siquiera los recién nacidos,
los miraba por el binocular del insomnio
adictos a los pezones de su madre
como desarrollando una nostalgia de puentes,
los recién nacidos y sus madres con pezones de luna llena
en un espacio tan restringido
que la voz del capitán anunciando turbulencias
era broma, y que las azafatas sufrían de temblor en las manos
y mis piedras, también.

Marius Gabureanu escribió: ↑Lun, 21 Ene 2019 23:36 En un vuelo de Almería a Gatwick
supe que mi vocación de perdedor
estaba mal distribuida en el recuerdo,

y yo solamente pensaba en las piedras que traía en el maletín,
en los siglos que tardó la naturaleza
para moldearlas y para que nazca alguien
que quiera arrancarle el rostro a la soledad,

A la policia de frontera le expliqué que las piedras eran para construir una tumba
y entonces me dejaron pasar,
parece que hay que traer tumbas de otro país,

los recién nacidos y sus madres con pezones de luna llena
en un espacio tan restringido
que la voz del capitán anunciando turbulencias
era broma, y que las azafatas sufrían de temblor en las manos
y mis piedras, también.