Aquel día de septiembre
Publicado: Mar, 15 Ene 2019 20:09
Soy un desgraciado:
hice de tu olvido una sauna
donde hierven mi piel y la piel de un delfín
que por casualidad saltó de entre las olas aquel día de septiembre
cuando no esperábamos nada del mar, contentos con sus calmadas olas
que se suicidaban más cerca de tus pies de lo que jamas estuve.
En una de las tardes doradas por tu ausencia
recordé todo eso,
cómo te complacía el sonido de las campanas,
traviesas, no respetaban el tiempo de la misa
y tus senos vibraban, lo puedo jurar,
mirando por una ventana minúscula a la gente
amontonada frente a las gigantes puertas de roble de la iglesia,
pensaban que solamente hay que rezar a ciertas horas
y siempre cuando las campanas anuncien la llegada del cura,
pero tus senos vibraban en el crimen impune del horizonte
que desde mis ojos se alargaba al vacío tatuado de cemento,
vibraban como la corteza de los robles en el nanosegundo
que precede al rayo que ha de caerles encima,
era un requisito para que se convirtieran en puerta de iglesia.
Tal vez queráis felicitarme por haber cincelado otro ayer
para mi ajedrez de ayeres,
pero ese día de septiembre corría por todos los lados,
se cuajaba como sangre de delfín en mi pupila,
y las campanas se habían caído de la torre
y yacían en el lodo, picoteadas por las gallinas del pueblo,
así que no tengo mucho que recordar,
salvo a sus senos que vibraban
mientras estaba rezando a dioses que no eran míos
y a la gente frente a una iglesia cerrada,
ya acostumbrada al vocabulario de los que se masturban,
que es muy escaso, creedme.
hice de tu olvido una sauna
donde hierven mi piel y la piel de un delfín
que por casualidad saltó de entre las olas aquel día de septiembre
cuando no esperábamos nada del mar, contentos con sus calmadas olas
que se suicidaban más cerca de tus pies de lo que jamas estuve.
En una de las tardes doradas por tu ausencia
recordé todo eso,
cómo te complacía el sonido de las campanas,
traviesas, no respetaban el tiempo de la misa
y tus senos vibraban, lo puedo jurar,
mirando por una ventana minúscula a la gente
amontonada frente a las gigantes puertas de roble de la iglesia,
pensaban que solamente hay que rezar a ciertas horas
y siempre cuando las campanas anuncien la llegada del cura,
pero tus senos vibraban en el crimen impune del horizonte
que desde mis ojos se alargaba al vacío tatuado de cemento,
vibraban como la corteza de los robles en el nanosegundo
que precede al rayo que ha de caerles encima,
era un requisito para que se convirtieran en puerta de iglesia.
Tal vez queráis felicitarme por haber cincelado otro ayer
para mi ajedrez de ayeres,
pero ese día de septiembre corría por todos los lados,
se cuajaba como sangre de delfín en mi pupila,
y las campanas se habían caído de la torre
y yacían en el lodo, picoteadas por las gallinas del pueblo,
así que no tengo mucho que recordar,
salvo a sus senos que vibraban
mientras estaba rezando a dioses que no eran míos
y a la gente frente a una iglesia cerrada,
ya acostumbrada al vocabulario de los que se masturban,
que es muy escaso, creedme.