Ignacio García escribió:Todos los muchachos queríamos ser como Michi Panero,
con el clavel rojo, dulce mujer desnuda,
dulce amaneramiento.
Te hacías un ovillo y me decías:
Son inefables los elefantes,
las naves espacieles.
El Papa Juan Pablo II es inefable.
Me decías.
Y bebíamos vino y se constelaban
la consola, el altillo y el dulce de higo.
Y nuestras guerras de pompas de baba.
La romería hasta Malasaña.
¿Dejarán nuestros ojos de ser esféricos
cuando nos percatemos
de las dos dimensiones?
¿Seguiremos haciendo aguas mayores
cuando se pese la mierda y el oro?
La realidad nos ignoraba,
olíamos las ortigas.
Nos tocábamos ahí.
A mí también me gustaría felicitar la poesía de Ignacio en general, y ésta en particular, aunque de manera bastante más modesta, pues mi capacidad de análisis no llega a la de Batania, o Teicher, o Rafel. Y advirtiéndo que siempre es desde mi punto de vísta exclusivamente.
La poesía de Ignacio contiene varios ingredientes que en este momento me interesan mucho.
Es una poesía que rebosa naturalidad, frescura y libertad de movimientos. Y estas cualidades son muy importantes para transmitir y convencer al lector. Si un vendedor de una tienda de elctrodomésticos suda, tartamudea, delata su esfuerzo y quiere convencer con las mismas frases que el cliente ya conoce desde hace décadas, mal asunto.
Con naturalidad, Ignacio hace uso de palabras o giros de la calle, sin descuidar unos pequeños toques líricos y suficientes, de gran altura. Estos son los que hacen de contrapeso suficiente para que el poema no se vulgarice.
Sin darnos cuenta, muchas veces nos alejamos tanto de la calle, nos montamos en un lenguaje etéreo y extraterráqueo, que perdemos la oprtunidad de comunicarnos con lectores que no sean especialístas. Sólamente un par de palabras, un giro de la calle, pueden servir de puente fantástico. De "gancho".
Por otra parte, al contrario de lo que se piensa, la poesía de esta manera no se devalúa, si no que se enriquece muchísimo, al no quedar circunscrita a un sector determinado muy concreto.
Yo nunca he sido adicto a la poesía maldita. Pero serlo o no serlo creo que carece de importancia. Depende de las filosofías própias de cada uno. Y además, es un punto de vísta más que enriquece el prísma del arte. Hay veces que como Batania, pienso que no estoy preparado para la mirada tan directa que Ignacio hace sobre aspectos de la realidad (¡ojo!, no sobre la realidad). O quizá, me guste más potenciar otros aspectos más esperanzadores.
Lo que sí me gusta mucho de la poesía de Ignacio es un cierto aire de escepticísmo, de duda, y una huída de la afectación. Cada día me gusta menos explicitar mis sentimientos y tendencias en el interior del poema. E Ignacio sabe decir de una manera casi aséptica.
Pasando a comentar este poema en concreto, he encontrado varios detalles que me han gustado bastante:
Inicialmente, al título no se le encuentra conexión con el poema. Y es el último verso el que hace una conexión sutilísima y de gran elegancia.
Me gusta mucho trabajar el aspecto psicológico de los sonídos y hacer que la cercanía y semejanza entre ellos sirva de apoyo y refuerzo en algunos momentos. Y esto lo he encontrado en dos pares de versos. Que con toda probabilidad lo habrá hecho de manera inconsciente como todo poeta intuitivo y de sangre.
Uno con la consonante
-F- en
"son inefables los elefantes. El Papa Juan Pablo II es inefable"
Y otro con la consonente
-L- en
"se constelaban la consola, el altillo y el dulce de higo" Este apoyo reiterativo de la
-L-, hace que la frase se pegue al paladar, la provee de delicadeza. Y la imagen de constelar tres objetos tan vulgares queda maravillosa. El verbo "constelar" le transfiere, le regala cualidades de auténtica belleza, e incluso casi celeste, a los tres objetos vulgares.
Otro aspecto es la utilización de conceptos, imágenes sueltas, aparentemente desconectadas del contexto:
"La romería de Malasaña". Ignacio invita al lector a que lúdicamente la conecte él mismo, y así el placer de la lectura se aumenta.
Preciosa es la inversión que hace en
"La realidad nos ignoraba" , en vez de
"Ignorábamos la realidad". Es ahí donde el lenguaje hace que un concepto recobre una fuerza y potencia comunicativa que se había perdido con es uso o el abuso.
Y el siguiente verso
"olíamos las ortigas" , es tan exquisito e inteligente, que parece increíble que con tan sólo tres palabras se pueda comunicar con tal credibilidad el concepto de "suficiéncia" durante una época determinada de la vida, de nuestra vida.
En definitiva, pienso que es una poesía sumamente elegante, de nuestros días, y de gran lucidéz.
Como Batania, yo también le veo toques de maestría.
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