Confluencia
Publicado: Mié, 26 Dic 2018 22:56
Hay abrazos que atraviesan el alma. Eso me dijo.
Anoche tuve la sensación de regresar de algún viaje del que no fui consciente. Las maletas eran tan solo algunas voces que se desperdigaban en el aire, como si de miradas invisibles estuvieran las distancias llenas, de manos que se buscan en los rincones de la memoria abarrotados los humedales de la consciencia. A veces la normalidad parece tan solo un devenir sin valor, cuando en el fondo es el todo en el que confluye el cosmos.
No era fácil encontrarse. Todo había pasado tan rápido. La marea crecía y los ojos se llenaban de lágrimas. Licuarse era lo vigente, dejarse fluir sin destino, disolverse como una gota más que cae partida en el mundo.
Nos encontramos al fondo de la dársena. Casi no quedaban plazas y aquel era el último barco que partía hacia la Nada.
La lluvia era tan fuerte que no reconocí la voz de sus ojos, que titilaban como lo hace a veces la duda en los labios que no se cierran, revolviendo las ausencias. Se acercó con todo el peso de la vida agolpado en esos pocos pasos que no dejaban huella, tan solo una estela que se borraba en un desaguar de la esperanza: ¡Querido amigo! Otra vez juntos…
Anoche tuve la sensación de regresar de algún viaje del que no fui consciente. Las maletas eran tan solo algunas voces que se desperdigaban en el aire, como si de miradas invisibles estuvieran las distancias llenas, de manos que se buscan en los rincones de la memoria abarrotados los humedales de la consciencia. A veces la normalidad parece tan solo un devenir sin valor, cuando en el fondo es el todo en el que confluye el cosmos.
No era fácil encontrarse. Todo había pasado tan rápido. La marea crecía y los ojos se llenaban de lágrimas. Licuarse era lo vigente, dejarse fluir sin destino, disolverse como una gota más que cae partida en el mundo.
Nos encontramos al fondo de la dársena. Casi no quedaban plazas y aquel era el último barco que partía hacia la Nada.
La lluvia era tan fuerte que no reconocí la voz de sus ojos, que titilaban como lo hace a veces la duda en los labios que no se cierran, revolviendo las ausencias. Se acercó con todo el peso de la vida agolpado en esos pocos pasos que no dejaban huella, tan solo una estela que se borraba en un desaguar de la esperanza: ¡Querido amigo! Otra vez juntos…