
en aquel resplandor de noche aciaga
que entre tus piernas, como presa ciega y sorda,
atenazó las yemas de mis dedos.
Eras como una flor cerrada y púnica,
azorando mis besos con tus manos,
enrraizando mi tronco sin costillas,
serpiente con raíces en tu limbo de pieles cenicientas,
fértiles,
resplandecientes,
oscuras,
irisadas.
Era un todo de amor en mis bolsillos rotos,
gama fosforescente de virtudes.
Cámara faraónica del desierto,
esclavitud sin látigo, con destellos de golpes en la arena,
sin oasis, ni luto por bandera, recorrí la piedad de tus caderas.
Si pudieran hablar mis codos me dirían
que navegue sin fuego entre los dedos.