
Se querían, pero uno más que el otro.
Lo que los ojos esconden, a veces es tan lujurioso...
Puedo aplicarme respuestas -Joder, ¿por qué las tengo todas?-.
Ello no me diferencia de nadie.
Tienen, todos, para sí, sus propias certezas.
No puedo afirmar tampoco mis intenciones.
No puedo, simplemente, porque no las tengo.
No sé por qué cojones no me muevo por intereses.
Esto no es una crítica.
Podría resultar... contraproducente... que yo me creyese lo que escribo.
Mi pensamiento último es que nada es, pero a éste no le he sacado todavía la miga.
Debe ser que soy un correveidile.
O que tiro la piedra y escondo la mano -¿cuándo?-.
¿Qué coño expresar?
Seguro que en esa pregunta está la respuesta a mi mandíbula.
No soy un depravado.
No lo que creo que soy.
En otros tiempos me creí dios, y para desengancharme de ello he necesitado respiración asistida, y un lavado de estómago.
Nunca he compartido aliento con mis lectores.
Mi vida es jodidamente simple.
Las palabras juegan un papel importantísimo en ella.
Y ello no es, no, mi mejor poema.
Tuve sufrimiento, indecisión, y todos los blablabla del "¿quién coño se la estará follando?"
Y veía y veía, a mi amor platónico, de puta para arriba.
¡Que me quería, decía!
¡Con esos ojos arcoiris!
¡Lo que me costó, joder, quitarle la careta!
Una mirada, la suya.
Mi mirada, la mía -ésta fue cobrando fuerza, hasta que la mandé a tomar por saco, allí, a donde los sacos se emborrachan-.
Resulta curioso, pero la verdad es que nunca la quise.
No valgo para pretender que todos sus polvos lleguen a buen puerto.