Fiesta de Sangre (Soliloquio del toro)

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Carmen López
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Fiesta de Sangre (Soliloquio del toro)

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FIESTA DE SANGRE
(Soliloquio del toro)

Es bella la tarde, y aún languideciendo,
viste de fiesta: se va a representar
tragicomedia corrida de toros,
reconocida Fiesta Nacional.

El público llena la plaza de toros:
hay hombres, mujeres, jóvenes y viejos,
también hay niños, todos muy ansiosos,
que piden comience gritando a coro.

Por fin las trompetas imponen silencio,
anunciando el comienzo del primer tercio:
el portón se abre para dar salida
a un hermoso toro de color negro.

Después sale un hombre vestido de luces,
que observa al toro desde el burladero;
el público ruge de gozo y contento
al ver al valiente que llaman torero.

Y toro y torero, los protagonistas
del primer acto, que es el primer tercio,
enfrentan sus rostros, para desconcierto,
del hermoso toro de color negro.

- Pero, ¿qué hace este hombre con un trapo rojo
que acerca y retira a mi cara presto?
¿Por qué me provoca con esos saltitos,
con sus medias vueltas y su paseíllo?
¿Por qué se me acerca y vase huidizo,
y hace unos gestos que son tan ridículos?

Por fin el del trapo se va entre aplausos
y ahora se aproxima un hombre a caballo
que viene despacio, pues al noble equino
lo llevan al ruedo con ojos tapados.

Es hombre macizo, parece guerrero,
armado con pica y bien protegido,
que ostenta orgulloso su cómico atuendo,
que más bien parece de fiel escudero.

- ¡Oh! ¿Por qué me amenaza con su agudo hierro,
que ya hunde en mis carnes sin yo preverlo?
¿Es esto un hombre? ¿Mi buen ganadero?
¿O una nueva especie de homo carnicero?
¡Qué raro es todo esto, yo no lo comprendo!

¿Por qué me han sacado de mi paraíso,
donde yo reinaba, comiendo buen pasto,
rodeado de vacas y siempre follando,
respetado por todos, y por los artistas,
que mi belleza siguen admirando?
¡Qué raro es todo esto, yo no lo comprendo!

Suenan las trompetas, allá en el tendido,
que ordenan doctores del arte taurino,
anunciando a todos el segundo tercio
de aquel espectáculo que llaman divino.

- ¿Y ahora este otro que viene corriendo,
y que me sorprende con largas puntillas,
que clava en mi lomo, sin yo ofenderlo,
y que si me muevo aún más me irritan?
El público grita, el público aplaude,
la extraña osadía de herirme las carnes
con las banderillas que me enfurecen,
pues yo confiado nunca pensaría,
que no respetara mis agudos cuernos
y aquel hombre hiciera tal felonía.
¡Qué raro es todo esto, yo no lo comprendo!

Aunque ya con sangre mi cuerpo cubierto,
el público ruge, loco de contento...

¡Ah, por fin ya creo que voy comprendiendo!
Es sangre que piden, están sedientos,
y mi rica sangre, que da vida al cuerpo,
quisieran beberla, cual del manantial,
que brota de heridas de mis carniceros.
Y en el tendido todos son cristianos,
que no se conforman con beber en copas
la sangre del Cristo que adoran tanto.

De nuevo trompetas imponen silencio,
anunciando ahora el último tercio,
que protagoniza el hombre de luces,
el hombre valiente, que llaman torero.

Y con el torero llega al fin la muerte,
que lleva en la espada y esconde en el trapo,
para que aquel bravo y hermoso astado,
tiña con su sangre la tarde en que muere.

- ¿Y ahora qué pretende con nuevas piruetas
de la que se asiste con su rojo trapo?
Parece burlarse de mi estado exhausto,
y cómplice el público le regala aplausos.

¡Ah, ahora ya comprendo por qué todo esto!
El por qué me han traído y por qué me han criado,
no para que fuese un gran semental.
Me criaron fuerte, me criaron fiero,
que fuera agresivo con el personal,
y a mis puntiagudos y fuertes cuernos,
afilaron sus puntas, cual si dos puñales,
que hieren o matan como un criminal.
Y al pueblo entretienen, como los romanos,
con pan y con circo, para aborregarlo,
y así no luchar por derechos humanos.

¡Oh, qué tarde al fin lo comprendo,
cuando ya sin sangre me siento deshecho,
tras las banderillas y pica de hierro,
y la gritería de un público zafio!

¡Ah, torero, picador, banderillero!
¡Si fuerais tan valientes por qué no vais
a mi hermoso campo donde estoy entero!

Vayan allí a hundirme su agudo hierro,
y vayan sin caballos con ojos cubiertos.

Vayan sonriendo muriendo de miedo,
con su banderilla los banderilleros.

Y que vaya el torero con su acero enhiesto,
y su trapo rojo, de engaños cubierto.

Que vaya a mis tierras, allí donde reino,
rodeado de vacas, follando contento.

Que vaya a provocarme con sus paseíllos,
con sus payasadas y vistoso atuendo.

Que saque allí su espada, no le tengo miedo,
luchemos de frente en campo descubierto.

Yo no tengo espada, sólo tengo cuernos,
vamos a luchar como dos guerreros.

Que vaya solito, que allí yo lo espero,
que vaya sin fans, que gritan histéricos.

Que vaya el torero, que es matador,
a ver si me mata, si tiene valor.

Aquí él me mata, con reglas injustas,
que dictan doctores de la tauromaquia.

Y además le premian con oreja y rabo,
y como héroe que triunfó en la guerra,
por la puerta grande le sacan en brazos.

¡Que vaya, que vaya solito el bravo torero,
allí a mis tierras donde yo lo espero,
a ver si tiene de verdad cojones,
y acepta sin miedo mi reto sincero!

Roberto Pría, Poemas Iconoclastas
La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar.
Gastón Bachelar.
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