Manualidades
Publicado: Mié, 06 Ago 2008 17:58
Manualidades
Mareó sus manos como si fueran fuelles de órgano, pajaritas de lluvia, cerrojos fantasmas.
Les dio vueltas como a llaves piratas, como a colas de pony, como a buscapiés. Las giró en clave de pepita. Les dio cuerda como a mundos llenos de puentes de colores.
Les fue desactivando las anillas cabalísticas, emancipando su cansancio.
Por un instante fueron cuatro jarras, cuatro astas, cuatro pases de póquer.
Le hacía el amor a las manos en la posición veintitrés del libro de las flores.
Manos esclavas con grilletes de manos prepotentes.
Les limpiaba la gangrena, las volvía huevos, aerodinámica, o trueno.
Tecleaba los tímpanos de su circuito de la vida con puntilla china. Las forraba de amianto, de pelambre de oso blanco.
La sordina de sus manos, la sonata de su piel enmarcada, semoviente.
Conversaban con las manos, como jugadores de Go, sentados frente a frente.
Y ella ponía sólo cinco frijoles de lemuria por hablar más quedo.
Manos multitudinarias como papel de fiesta, como colgadero de títeres.
El padrenuestro de sus manos tenía un ánfora levitada a cuatro radios.
La bola gitana de sus manos invitaba al paño de los besos con guiños de cobalto.
Manos de espectro que han caído en el aceite, sanadas manos de jinete. Cabalgadura de las manos enraizadas. Trabajo de los panaderos nocturnos.
Le prohibía ser más allá de las manos; quería volverse saltamontes para acecharle la caricia inoportunamente, para olerle el pase mágico.
Se proponía clarinete para sus ollas epidérmicas, para el caldo de sus manos besantes.
Se soñaba estridencia de manijas, motas de fosforescencia en el lavabo, para darles bienvenida.
Mudaba en ovillo de pluma, en peinado de mentas, en la cabeza enciclopédica y perfecta de un coco de Renoir, para la yema encinta de sus manos de cien años.
Largo embarazo de las manos. Parto de las manos bajo la canilla corpórea de las aguas llenas.
Manos líquenes flotando en el sexo monacal de la llovizna.
Manos espasmódicas, como preposiciones que rotan a tres cuartos por segundo.
Manos ecuatoriales, triunfantes como sapos en la noche terminal de la luna.
Manos de piscina estrelladas puño puño en la sortija de los focos.
Le buscaba resina gótica en la bahía de sus manos inundadas.
Pellizcaba el alma de sus manos de aliento, con las uñas florecidas.
Levantaba la blusa de sus manos al arrullo del quinqué celeste.
Le obligaba las manos sobre el crucifijo golpeado. Memorizaba la hìpérbola de sus manos exitosas. Las comprendía a radiograma, transmitidas, atrapadas entre lentes.
Gramaticales pechos bajo la lencería óptica del sol en calma. Manos de enana. Manos de escritora ucraniana. Manos de rosa.
Sus manos cantadas como zambas por la lira del espacio.
Se acostaba con sus manos a lo ancho de la cama a la hora del útimo coñac.
Dejaba que las chispas de los jets le salpicaran la mano en cuerpo. Habilitaba panales en la ojiva para dar viaducto a la salmuera de los astros.
Le fascinaba dormir a la vera de la mano entera como un tallo de haba.
Manos dólmenes tachadas de baba de sirena.
Manos filigrana latigueadas de arpegios.
Manos contrabajo dulces como peras.
Manos operadas por el mecanismo de los sueños.
Manos demolidas en la genética de un corno.
Manos bambú como sombrillas.
Puso las manos y calló para siempre.
Rafael Teicher
Mareó sus manos como si fueran fuelles de órgano, pajaritas de lluvia, cerrojos fantasmas.
Les dio vueltas como a llaves piratas, como a colas de pony, como a buscapiés. Las giró en clave de pepita. Les dio cuerda como a mundos llenos de puentes de colores.
Les fue desactivando las anillas cabalísticas, emancipando su cansancio.
Por un instante fueron cuatro jarras, cuatro astas, cuatro pases de póquer.
Le hacía el amor a las manos en la posición veintitrés del libro de las flores.
Manos esclavas con grilletes de manos prepotentes.
Les limpiaba la gangrena, las volvía huevos, aerodinámica, o trueno.
Tecleaba los tímpanos de su circuito de la vida con puntilla china. Las forraba de amianto, de pelambre de oso blanco.
La sordina de sus manos, la sonata de su piel enmarcada, semoviente.
Conversaban con las manos, como jugadores de Go, sentados frente a frente.
Y ella ponía sólo cinco frijoles de lemuria por hablar más quedo.
Manos multitudinarias como papel de fiesta, como colgadero de títeres.
El padrenuestro de sus manos tenía un ánfora levitada a cuatro radios.
La bola gitana de sus manos invitaba al paño de los besos con guiños de cobalto.
Manos de espectro que han caído en el aceite, sanadas manos de jinete. Cabalgadura de las manos enraizadas. Trabajo de los panaderos nocturnos.
Le prohibía ser más allá de las manos; quería volverse saltamontes para acecharle la caricia inoportunamente, para olerle el pase mágico.
Se proponía clarinete para sus ollas epidérmicas, para el caldo de sus manos besantes.
Se soñaba estridencia de manijas, motas de fosforescencia en el lavabo, para darles bienvenida.
Mudaba en ovillo de pluma, en peinado de mentas, en la cabeza enciclopédica y perfecta de un coco de Renoir, para la yema encinta de sus manos de cien años.
Largo embarazo de las manos. Parto de las manos bajo la canilla corpórea de las aguas llenas.
Manos líquenes flotando en el sexo monacal de la llovizna.
Manos espasmódicas, como preposiciones que rotan a tres cuartos por segundo.
Manos ecuatoriales, triunfantes como sapos en la noche terminal de la luna.
Manos de piscina estrelladas puño puño en la sortija de los focos.
Le buscaba resina gótica en la bahía de sus manos inundadas.
Pellizcaba el alma de sus manos de aliento, con las uñas florecidas.
Levantaba la blusa de sus manos al arrullo del quinqué celeste.
Le obligaba las manos sobre el crucifijo golpeado. Memorizaba la hìpérbola de sus manos exitosas. Las comprendía a radiograma, transmitidas, atrapadas entre lentes.
Gramaticales pechos bajo la lencería óptica del sol en calma. Manos de enana. Manos de escritora ucraniana. Manos de rosa.
Sus manos cantadas como zambas por la lira del espacio.
Se acostaba con sus manos a lo ancho de la cama a la hora del útimo coñac.
Dejaba que las chispas de los jets le salpicaran la mano en cuerpo. Habilitaba panales en la ojiva para dar viaducto a la salmuera de los astros.
Le fascinaba dormir a la vera de la mano entera como un tallo de haba.
Manos dólmenes tachadas de baba de sirena.
Manos filigrana latigueadas de arpegios.
Manos contrabajo dulces como peras.
Manos operadas por el mecanismo de los sueños.
Manos demolidas en la genética de un corno.
Manos bambú como sombrillas.
Puso las manos y calló para siempre.
Rafael Teicher