Quizás prosiga hablando de lugares perdidos,
de sombras que perduran en un temblor sin alba,
de rostros que pasaron bajo la luna errante,
de amor que no fue amor pero me hiela el alma.
(Quizás prosiga triste)
En nombre de la muerte las sombras te llamaban,
querían hacerte oscura
para apagar tus ojos y enamorarte del silencio
en la noche de los tristes que pierde su latido
y sin pausa se alarga en el lóbrego fulgor
que perece en la cruz de la capilla de tu esencia.
Hay que apartar de tu hábito los sueños,
esconder tu figura en las llagas del sudario
que tiembla en las orillas de unos muros sin ventanas
para no ver el rostro de la muerte que viene
con tijeras en su olvido yermo y descarnado,
con sus deseos de frágil luna que se rompe
en los límites del sueño que se hunde en las higueras,
en el recuerdo que ha quedado de las ruinas del arroyo,
en la fuente que canta y ya no hiere,
y le diga a los vientos quién fuiste,
en qué escalón olvidaste los libros con tu firma,
el vientre del fracaso,
qué tren perdiste en la Vía, puede que sin saberlo,
y no paró en tu estación de espera nunca más.
Nunca más volará la mariposa sobre tu falda abierta
ni correrán los perros de la tarde
para lamer tu rastro de caricias
y los escombros
que aún mueven las cortinas del cuarto que te busca,
del lecho que te cubre, del alba que te llama.
En nombre de la muerte y entre los árboles de tu niñez,
y el pozo insondable donde cayó la noche más lúgubre
de tu canto herido,
tiernas flores silvestres despliegan tu aroma en el viento.